La verdad de la duda
Por Mariana Reyes Angleró
La Casa Blanca de Bush impulsa una visión de la moral basada en criterios estrictamente bíblicos. Un grupo de pensadores le sale al paso, en defensa de la ciencia. ¿A quién creerle?
“Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
Juan 8:31
La pregunta eterna parece ser: ¿cuál es la verdad? Para algunos, la verdad es que Dios creó el universo, como dice la Biblia. Otros necesitan pruebas tangibles para aceptar algo como real. El debate entre la religión y la ciencia sigue tan vigente hoy como siempre lo ha estado, desde el comienzo de la historia de la humanidad.
Según el 65 por ciento de los evangélicos en Estados Unidos, la verdad es que los seres vivos, incluyendo a los humanos, siempre han existido en su forma actual, según un estudio sobre religión hecho por el Instituto Pew. La administración Bush, por su parte, impulsa una visión de la moral similar, partiendo de criterios estrictamente bíblicos. Ante esta y otras nociones en abierta contradicción con lo que explica la teoría de la evolución, un grupo de científicos, conocido como “los nuevos ateos”, ha surgido con fuerza en el panorama académico internacional, reaccionando con vehemencia -casi religiosa, dicen algunos- a lo que considera un ataque de grupos religiosos contra la ciencia y la razón. Estos “nuevos ateos” -cuyo pensamiento y propuestas han sido reseñadas por múltiples publicaciones como Time, Newsweek, Nature, Wired, The New York Times y varias revistas inglesas- entienden que creer en la existencia de Dios provoca una falta de conocimiento general al atribuírsele al ser supremo la causa de distintos eventos en la Tierra y el universo.
El libro ‘The God Delusion’, del biólogo evolucionista Richard Dawkins, ha causado, probablemente, la mayor conmoción. El profesor de la Universidad de Oxford es un propulsor del ateísmo que viaja de una universidad a otra debatiendo sobre la incompatibilidad de la religión y la ciencia o de la religión y el saber en general. Su lucha ha llegado hasta el ciberespacio. En beliefnet.com se encontró con el gurú de la paz interna Deepak Chopra y ambos llevan allí una batalla campal virtual, presentando argumentos de un lado y de otro sobre la existencia o no de Dios.
El nombre de Dawkins se oye con frecuencia junto al del especialista en neurociencia Sam Harris, autor de ‘Letter to a Christian Nation’, y al del filósofo de Harvard Daniel Dennett, autor de ‘Darwin's Dangerous Idea’. El triunvirato de intelectuales lleva el mensaje -o la prueba, según sus libros- de que las religiones del mundo se basan en mitos poco probables que no se distancian mucho de la leyenda popular del Cuco o del abominable hombre de las nieves.
¿Qué dice la Iglesia? En la encíclica ‘El Esplendor de la Verdad’, escrita por el papa Juan Pablo II a la Iglesia Católica en 1993, el Pontífice habla directamente de los ateos: “En algunas corrientes de pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto... en esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas”. Añade que “Dios tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocerlo claramente”.
¿Por qué invertir tiempo en este debate? ¿Hay realmente una tendencia mayor hacia el ateísmo? ¿Cómo afecta esto al ciudadano promedio?
A Ramón (nombre ficticio) le afecta cuando se toman decisiones colectivas partiendo de lo que dicta la Biblia. “Si la gente va a la iglesia porque necesita consejo, pues bien, que vaya; pero de ahí a que se dejen llevar por un libro que dice ser sagrado, supuestamente inspirado por un ser que según el Viejo Testamento es intolerante, racista y homofóbico...”. Ramón hace una lista de pasajes bíblicos de Levítico, Números y Deuteronomio para probar su punto.
Cuando se habla de la injerencia de los religiosos en asuntos seculares, el físico y astrónomo Daniel Altschuler está convencido de que es excesiva. Ante una pregunta, hace una pausa, respira profundo y responde: “En Puerto Rico todo el tiempo estamos buscando las opiniones de los diferentes líderes religiosos que dan opiniones que no les corresponden. No son expertos en economía ni en sociología”, dice el científico, que durante 12 años dirigió el Observatorio de Arecibo.
“Puerto Rico tiene una tradición católica al modo del imperio español”, dice por su parte Oscar Dávila, profesor de filosofía en la Universidad del Sagrado Corazón. “Cuando el cierre gubernamental, se recurrió a la teocracia puertorriqueña, este grupo de religiosos de todas las denominaciones que fueron los que vinieron a resolver el asunto”. Lo mismo pasa con la discusión del nuevo Código Civil, dice.
Pero en la médula, el asunto es esencialmente filosófico. “El problema central en la historia de la filosofía de la religión es la demostración de la existencia de Dios”, dice el profesor. “Según (Emmanuel) Kant (filósofo del siglo XVIII), a fin de cuentas no hay una confirmación racional de la existencia de Dios”. Dávila explica que la preocupación de Kant gira más en torno a la idea de Dios en la conciencia del individuo que a la pregunta de la existencia de Dios. “La creencia en Dios no sólo define lo que es el universo, define además la posición que tú ocupas en ese universo”, añade.
Aristóteles dijo que la función básica de la filosofía es primero admirarse de que las cosas sean para luego preguntarse lo que son. “Lo que hace la filosofía es plantearlo todo como un problema o como una pregunta que tiene que ser investigada”, dice el profesor Dávila. “El problema de Dios es básicamente la pregunta como concepto, como algo que tiene que ser estudiado”.
Ciencia y religión
El debate entre la religión y la ciencia es de nunca acabar. Hoy es menos tenso que cuando los científicos que presentaban ideas poco ortodoxas para la época terminaban ardiendo en la hoguera. Las coincidencias son cada vez mayores, aunque el problema fundamental sigue siendo el mismo: creer o no que Dios existe.
En la encíclica ‘El Esplendor de la Verdad’ Juan Pablo II habla de la ciencia: “El desarrollo de la ciencia y la técnica -testimonio espléndido de las capacidades de la inteligencia y de la tenacidad de los hombres- no exime a la humanidad de plantearse los interrogantes religiosos fundamentales, sino que más bien la estimula (a hacerlo)”.
“En principio la ciencia y la fe deben ser armonizables”, dice el padre Félix Struik, teólogo que dirige el Seminario Dominico en Bayamón. “Cuando veo el proceso evolutivo quedo maravillado, me aumenta la fe”, dice. El religioso asegura que no hay ningún problema “entre la auténtica ciencia y la auténtica fe. La ciencia es producto de la inteligencia humana, que para nosotros es reflejo de la inteligencia de Dios que lo ha creado”.
Para Altschuler, la mera pregunta de por qué creemos implica la duda en la existencia de Dios. “Tú no te preguntas por qué la gente cree que los árboles son verdes”, dice el profesor de la Universidad de Puerto Rico. “Si hubiésemos constatado de alguna forma que hay algo sobrenatural, entonces la pregunta no sería una pregunta, porque estaría ahí”. Más allá de la pregunta filosófica, a Altschuler -cuya familia llegó a América desde Alemania huyendo del Holocausto- le preocupa que “todo este tipo de creencia se presta y se ha prestado al dogmatismo controlador, a un fascismo basado en la religión”.
En los últimos años el debate ciencia-religión se ha vuelto más público, especialmente en Estados Unidos, por asuntos como la experimentación con células madre, a lo que el presidente George W. Bush se opone por razones religiosas. “Una cosa es lo que la ciencia técnicamente puede hacer, como la procreación artificial, y otra es la dignidad del ser humano y eso es lo que defiende la religión”, dice el padre Struik. “Una cosa es lo que se puede hacer y otra es lo moralmente permisible”. Para ilustrar su punto, el religioso, de origen holandés, habla de la intención nazi de crear una “raza superior” mediante la manipulación genética. Pero según Altschuler, las religiones han secuestrado la moral. “Las Sagradas Escrituras están llenas de cosas inmorales, como apedrear a tu hijo. La moralidad no viene de la religión”, dice.
La posibilidad de incorporar el “diseño inteligente” (la creación del mundo según la explica la Biblia) al currículo de ciencias, como una alternativa tan real como la teoría de la evolución de Charles Darwin, también se debate en las esferas de poder de Estados Unidos y llegó a proponerse, sin éxito, en la Cámara de Representantes en Puerto Rico.
A Altschuler le parece que el mero planteamiento de esta idea demuestra un desconocimiento del concepto de la separación de Iglesia y Estado y un disparate científico. “El científico que en su laboratorio busca todo tipo de comprobación de todo lo que dice y al mismo tiempo, en otros aspectos de su vida, cree en algo sobrenatural, está siendo intelectualmente deshonesto o no ha pensado bien”, dice.
Elba Irizarry tiene un doctorado en educación, es teóloga, ministra presbiteriana y profesora en la Universidad Interamericana de San Germán. “En el Artículo 2 Sección 5 de la carta de derechos de la Constitución dice que la educación pública es libre y no sectaria; se supone que en los procesos educativos no se impongan criterios religiosos”, dice. “Pero la ideología religiosa tiende a ponernos unos espejuelos, como toda ideología, para interpretar la realidad. Eso probablemente afecta la discusión de temas científicos controversiales como la reproducción”. Para Irizarry, la moral no se puede enseñar en la escuela ni se puede medir en un examen. Pero dice que a pesar de que seamos una sociedad “que tiende a ser secular, en el fondo seguimos siendo puritanos y religiosos”.
Indiferencia religiosa
Quizás como reacción a ese control político de los sectores más conservadores de la sociedad, los jóvenes de la llamada Generación Next -los que tienen entre 18 y 25 años- se identifican más que las generaciones anteriores como ateos, agnósticos o no religiosos. El 20 por ciento de los encuestados escogió esa opción. Según el estudio del Instituto Pew, llevado a cabo en los Estados Unidos, la Generación Next es más tolerante que todas las generaciones anteriores a las razas distintas a la suya, a los homosexuales y a los inmigrantes. En el 1986 sólo el 11 por ciento de los jóvenes de la misma edad se identificó como no religioso o ateo.
“Yo creo que la palabra apropiada no es ateísmo, es más bien un secularismo, una indiferencia religiosa”, dice Struik. “A la mayoría de estas personas ni les va ni les viene, y ese es un número creciente en Europa, donde hay un colapso de la religión institucional”. Según el sacerdote, el instinto de encontrar algo concreto a qué agarrarse, “el deseo irreprimible de ser feliz”, sigue tan vigente como siempre, pero la gente busca “nuevas religiones o religiones orientales”.
¿En qué creen los ateos? Le pregunto a Ramón. Suelta una carcajada, o la escribe más bien, porque nuestra conversación es cibernética. “Soy una persona normal, simplemente no veo necesidad de creer en nada sobrenatural, místico ni espiritual. Creo en la gente”. Ramón está casado en segundas nupcias y tiene un hijo. Es amigo del Fideicomiso de Conservación y trabaja como voluntario en diferentes organizaciones. “El ser ateo cambia en mí un solo aspecto, y es el no creer en la vida eterna, ni en que alguien me está mirando para darme ‘pam pam’ cuando muera. Esta es la única oportunidad que tengo en la vida y eso me hace intentar cada día ser un mejor ser humano”.
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