mercredi 21 mars 2007

La revancha de "Dios "


18/03/07 02:53 n Vivimos tiempos extraños. Contra lo que anunciaba aquella apresurada y puede que malentendida pero en todo caso errada predicción acerca del final de la Historia, los viejos demonios resurgen de sus cenizas para proyectar de nuevo su siniestro ascendiente sobre las conciencias -ay, tan vulnerables- de los hombres contemporáneos, en esta edad que algunos han dado en llamar, por analogía con aquel otro tiempo de cansancio y decadencia, posmodernidad tardía. Los enemigos de Occidente se acogen al mandato divino para perpetrar las más terribles atrocidades y éste, temeroso o inseguro, duda del alcance universal de sus valores para acogerse a fórmulas huecas que ponen en peligro su fortaleza. Pero dado que la razón debe enfrentarse a los mismos renacidos adversarios de siempre, conviene rearmarse de argumentos con los que plantar cara al fanatismo y la intolerancia, como nos enseñaron, benditos sean, los padres de la Ilustración, pues no será confiando en Dios como venceremos la amenaza que se cierne sobre las sociedades abiertas y su irrenunciable modelo de convivencia. Por eso cuando el otro día decía Fernando Savater, parafraseando la famosa sentencia de Marx, que la religión ya no es el opio sino la cocaína del pueblo, no sólo estaba dando un titular más o menos escandaloso a los agradecidos periodistas, sino emitiendo un oportuno diagnóstico que apuntaba al carácter de perverso estimulante que desempeña la invocación a la fe en buena parte de los conflictos actuales.

Ya el controvertido ensayo de Gilles Kepel La revancha de Dios presagiaba el escenario ciertamente inquietante que los sucesos de los últimos años han venido a confirmar. Pero con ser el más preocupante, la intromisión de las religiones en el ámbito de la política es sólo uno de los aspectos del problema, que Savater ha querido abordar, en esta nueva entrega, desde la misma raíz, analizando los fundamentos y justificaciones del hecho religioso que obedece, nos dice, en última instancia, al deseo de supervivencia. El hombre cree en Dios o en los dioses porque no se resigna a morir, y para satisfacer su afán de inmortalidad está dispuesto a admitir todo tipo de explicaciones sobrenaturales, por extravagantes que sean. Los "espejismos del más allá" pueden aportar consuelo, pero no ayudan, más bien al contrario, a vivir conforme a unos principios éticos que deben ejercerse al margen de la recompensa ultraterrena, pues, como ya señaló Spinoza, lo propio de la religión es antes que nada fomentar la obediencia. La vida eterna, en fin, es no sólo increíble sino indeseable.

Es verdad que las sociedades occidentales han logrado confinar la religión al ámbito particular que le es propio, pero no ha sido sin una larga y obstinada resistencia por parte de la Iglesia, que tiene ahora, dice Savater, la "santa desvergüenza" de reivindicar la libertad de conciencia que durante siglos condenó como un insano desvarío. Y aunque los mayores peligros provienen de fuera, también desde dentro, como demuestra el auge de los teocons en Estados Unidos, se multiplican los frentes, porque "no hay personas más peligrosas sobre la tierra que las que creen que están ejerciendo la voluntad del Todopoderoso". No hay acritud en las argumentaciones de Savater, pero sí firmeza y, como siempre, buen humor.

Reaparece así el gran polemista, conjugando la filosofía y la actualidad, para defender la incredulidad como antídoto frente a las tentaciones estupefacientes y, en definitiva, los principios de una ética humanista y laica que trasciende las religiones y las fronteras. Muy pocos ensayistas entre nosotros escriben con el rigor, la amenidad y la capacidad de persuasión del pensador donostiarra, que tiene además la saludable costumbre de dirigir su atención a las cuestiones acuciantes del mundo que nos rodea. De ahí que muchos de sus libros sean a la vez lúcidas incitaciones a la reflexión y jubilosa escuela de vida.

La vida eterna l Fernando Savater l Editorial Ariel l 256 páginas l 17,50 euros

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