mercredi 21 mars 2007

Columna de opinión Publicado el 20 de marzo de 2007 a las 16:05 horas. | Imprimir

Dios, cuatro años más viejo

Agustín Jiménez

Muchos norteamericanos justos se han enfadado porque, en una remesa de monedas, la fábrica de dinero ha omitido imprimir el obligado "In God we trust" (En Dios confiamos). Pero lo cierto es que es difícil confiar en las buenas intenciones del ser en cuyo nombre se inició la escabechina de las Azores. Es una pena que Dios, al indicar a Bush que invadiera Irak, no le revelara que allí no había armas de destrucción masiva, comenta Richard Dawkins, inglés, genetista, el ateo más en boga de la actualidad ("The God Delusion", 2006, pág. 88). Ahora se conmemoran los cuatro años de la hazaña.

Un individuo que llegó a presidente de aquí -esto sí que es efecto llamada para el país de las oportunidades- dice que él participó en aquello porque hace cuatro años no tenía información. A cuenta de su ignorancia nos metieron doscientos cadáveres en Atocha, que él trató de escamotear antes de que lo echaran por embustero. Pero aduce que no se le puede considerar responsable porque no obraba cuando sabía sino cuando no sabía. Por eso sus legionarios han comenzado a manifestarse para que no se venda Navarra (signifique eso lo que signifique). Dentro de cuatro años, cuando hayan roto todas las farolas, se darán el gustazo de confesar que las han destrozado porque, a día de hoy, ignoraban que no fueran peligrosas. Tiene lógica.

Uno a quien en el séquito han encargado que haga declaraciones de internacional porque es el que sabe inglés, suelta en televisión que lo de Irak es un conflicto "rancio". Se queda tan ancho, y no le llega el hedor de ninguno de los 650.000 asesinados. Y un notario de lengua rosita que -a la vejez, viruelas- se ha descubierto un gusto inmoderado por las travesuras de rapaz, dice a su vez que Irak es tan antiguo como Felipe V. Lo suelta sin pararse a pensar que Felipe V es posterior al foro de Navarra.

Si de verdad no fue sólo por dinero (los misiles de papá Bush, los contratos de Haliburton del vicepresidente, el petróleo de los amigos texanos, los réditos británicos), y dado que no fue por inteligencia, el conflicto de Irak se encendió por comprensible deseo de venganza, sentimiento legítimo profusamente reglamentado en la Biblia, y por escenificar una vez más el drama ciego del Bien y del Mal, que tantos buenos ratos nos ha hecho pasar en el cine. Como se provocó con mentiras (el fin justifica los medios), con abundante sermoneo técnico y con pretextos sublimes, tenemos razones para pensar que, con un tipejo como Bush, "religión" es uno de los nombres que designan a la mala leche. Casi seguro que entre los horribles diputados que una tarde aciaga aplaudieron a rabiar en las Cortes la participación española en la ignominia, hay gente decente. Pero, como observa Steven Weinberg, un premio Nobel citado por Dawkins en la página 249 de su mencionado libro (absolutamente desaconsejable para obispos extremeños), siempre habrá quien haga el bien y quien haga el mal, "pero, para que la gente buena haga cosas malas, es menester la religión".

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