mercredi 21 mars 2007

“La doctrina cristiana fue hecha pedazos por los estudiosos bíblicos en los siglos XVIII y XIX, pero la información no se difundió al gran público más allá del mundo académico. Con la Era de la Información, todo esto va a cambiar”

Farrell Till, editor de The Skeptical Review

Entrevista al historiador y escritor mexicano, Francisco Martín Moreno, autor del libro “México ante Dios”

“México ante Dios”: La Iglesia Católica y sus crímenes en el siglo XIX

02:22h. del Lunes, 19 de marzo.

Alejandra Arce

La Iglesia Católica durante siglos y hay que aclarar ha fomentado las atrocidades, los crímenes e infamias sin respectar los derechos humanos universales, de angelical y evangelizador absolutamente nada. El autor ha investigado durante 20 años, a la iglesia y las actuaciones del clero católico en el siglo XIX en México, señala en su libro que la iglesia acaparó la riqueza durante más de tres siglos, y se coludió con militares para derrocar gobiernos. Rechazó con las armas el progreso y se prostituyó al utilizar el púlpito y los confesionarios a favores de sus intereses terrenales. También dice Francisco Martín Moreno impidió la alfabetización de las masas y concentró la educación en los privilegiados, impidió la importación de libros con ideas contrarias a sus intereses y ejercitó la censura periodística recurriendo al secuestro y la tortura.

“México ante Dios” el título puede prestarse a simple vista a interpretaciones como; México fue salvo por Dios, no es así, la obra esta alejada y desvinculada de los dogmas católicos, la liturgia y las Sagradas Escrituras, la Santísima Trinidad y la Purísima Concepción. Lo que se puede leer es México esclavizado por la jerarquía eclesiástica en el siglo XIX.

Sin embargo, Francisco Martín Moreno en la entrevista amablemente contesta las preguntas, pero cuando aterrizamos para hablar de la iglesia actual se indigna sobre todo al comentar la actitud de degenerados sexuales de los curas y la gran cantidad de ellos involucrados en casos de pederastas en diferentes países del mundo. Esto hechos los está lastimando. En México señala el historiador, que los Legionarios de Cristo, encabezado por el sacerdote Marcial Maciel lleno obviamente de dinero al Papa y al Vaticano con sus famosos legionarios, pero al mismo tiempo violó a 85 niños, ya no puede oficiar misa. Esta en el Vaticano y la justicia mexicana tiene que ir por él enfatiza enfurecido. No conmigo, sino con la situación de la doble moral de la iglesia.

“La iglesia quiere pasar a la historia como la gran institución catequizadora, y divulgadora del evangelio. No quieren pasar a la historia como institución maldita que derrocó gobiernos, que dio golpes de Estados, que financió revoluciones, financió guerras civiles. Eso no quiere que se sepa” resalta el autor del libro “México ante Dios”.

Usted ha dicho que su obra no aborda temas religiosos ni cuestiona la fe de los creyentes ni intenta ser un tratado de teología ni analiza convicciones espirituales. Es la historia criminal de la iglesia católica del siglo XIX. ¿Nos puede contar el nacimiento de esta obra?

La historia de México esta escrita con mentiras. Por eso es muy importante que se aclaren estas circunstancias. Lo que me llamó la atención para escribir este libro fue la cantidad de veces que la iglesia católica descarrilo el proyecto político de México, lo obstruyó e impidió el avance en tantos momentos históricos. México quiso surgir hacia la evolución política y económica, pero la iglesia católica se opuso. La iglesia católica deroga la Constitución de 1824, la de 1857. El clero financiaba ejércitos, derrocaba gobiernos constitucionales, organizaba en las sacristías sangrientos golpes de Estado, revueltas, levantamientos, asonadas y cuartelazos en contra de gobiernos liberales cuando éstos apuntaban en dirección a los bienes clericales. Se asociaron con el gobierno norteamericano en contra de México, además traen al ejército francés de Napoleón III, después firman un tratado con Porfirio Díaz apoyando su dictadura durante 40 años.

La iglesia cumplía con todos los requisitos de infamia. Contaba con cárceles clandestinas, policías secretas, ejércitos privados. También la iglesia se opuso al ingreso de extranjeros no católicos. ¿Por qué?

Todos los extranjeros tenían que ser católicos, una de las consecuencias fue que los territorios de Texas, Nuevo México y California fueron poblados por los norteamericanos y se apoderaron de todo este territorio. Si hubieran tenido una apertura inmigratoria inteligente estos territorios todavía serían de México. La iglesia era un partido político de tiranos, ellos siempre estuvieron en contra de la libertad de imprenta, de opinión, de tolerancia. En México en el siglo XVIII y XIX se perseguía a quien pensará diferente. No querían a los extranjeros, porque era factor de contaminación. Ellos decían nosotros controlamos muy bien México, mientras las tropas mexicanas sean católicas, no vamos a dejar entrar gente de otras religiones porque vamos a perder el control del país y vamos a perder dinero. Lo único que los mueve es el dinero.

¿La Iglesia Católica se comporta como una dictadura?

¡Claro!, siempre fue un partido político dictatorial, lo que quiere la Iglesia Católica es preservar sus privilegios económicos y preservar su poder político. Una iglesia que esta en México o en el mundo supuestamente tiene que estar destinada a la divulgación del evangelio. En lugar de dedicarse al evangelio lo que hacen en México es apoderarse del 65 por ciento de la propiedad inmobiliaria del país. La iglesia cobraba impuesto como el odiado diezmo, aun a aquellas personas que escasamente eran dueñas de su hambre y de su esperanza, o que extorsionaban con cargos desproporcionados a los creyentes al imponer las tarifas por servicios religiosos como la extremaunción y el matrimonio, y además por toda clase de bendiciones

En esta novela histórica el protagonista central es el alto clero católico mexicano del siglo XIX.” El mismo que detentaba más del cincuenta por ciento de la propiedad inmobiliaria del país, sin permitir que dicha riqueza circulara en beneficio de una sociedad empobrecida e ignorante. ¿Cómo se puede leer en su libro la iglesia no tenía nada de angelical?

Mientras más pobre e ignorantes mejor para la iglesia eso es lo que más le interesa a la Iglesia Católica, la ignorancia de la gente, porque cuando uno es un ignorante se puede manipular muy fácilmente con el miedo al juicio final, con el miedo al infierno y con el miedo al cielo. Uno puede manejar muy bien a esta gente y si uno empieza tener ideas filosóficas, y mayor conocimiento, es más difícil manipular, a los borregos los manipulas así. Cuando termina la independencia de México en 1821. En México hay un 98 por ciento de analfabetismo, ¿98 por ciento de analfabetismo en 1821? Todo el país era analfabeto y eso que la iglesia católica era la encargada de educar, a la gente.

¿Por qué se hizo tan patente la criminalidad de la iglesia católica en México, porque en otras partes hubo criminalidad y fomentaron atrocidades, pero se hizo más silenciosa?

No tuvieron tanto poder como en México. En Chile no tuvieron el 60 por ciento de la propiedad. En México controlaban los bancos, en vez de llamarse bancos se llamaban Juzgados de Testamentos, Capellanías y Obras Pías , auténticas financieras camufladas para colocar empréstitos públicos y privados recaudando obviamente los intereses del caso. Eran los dueños del país, las utilidades las invertían en los fines de la iglesia. Nadie de la sociedad se beneficia. Mientras más posibilidad de perder las cosas como, el poder y el dinero la iglesia iba al ataque.

¿Ahora que actitud tiene la iglesia católica en el ámbito político, en la economía y lo social?

Esta metida en todos lados. Sigue igual metida en todos los sectores. Decía Benito Juárez con toda razón, la reacción nunca duerme, está metida en todos lados, en todo lo que uno quiere hacer. Siempre la iglesia va estar en contra del aborto, en contra de los matrimonios de los homosexuales, en contra de las costumbres de la realidad moderna del mundo. Es curioso, pero la iglesia no está en contra de sus crímenes. El clero mexicano invariablemente estuvo en contra de los derechos universales del hombre.

¿El Vaticano como órgano de poder absoluto de la iglesia católica estaba al tanto de las atrocidades del clero?

Sí, el Vaticano sabe todo, entre ellos se reúnen de manera permanente, pero además reciben los recursos de la iglesia católica, de Filipinas, de iglesia italiana, francesa etcétera, etcétera.

¿Por qué cree usted que estos acontecimientos de la historia de la iglesia se ignoran y no se publican?

La iglesia quiere pasar a la historia como la gran institución catequizadora, y divulgadora del evangelio. No quieren pasar a la historia como institución maldita que derroco gobiernos, que dio golpes de Estados, que financió revoluciones, financió guerras civiles. Eso no quiere que se sepa.

¿La iglesia mexicana ha pedido perdón o disculpas por tantas atrocidades cometidas en el siglo XIX?

No, nada, nada… y nadie se enfrenta con la iglesia.

¿Usted se enfrenta a la iglesia y que ha recibido de parte de ella?

Nada todavía, porque se dan cuenta que no es fácil refutarme. Fueron muchos años de estudios casi 20 años. Es fácil decir Francisco Martín Moreno miente. No es fácil decir que soy un mentiroso y otra cosa es que no quieren hacerle publicidad al libro

¿Todavía la iglesia se mete en política?

Sí, pero ahora son más discretos, no son tan burdos

¿Ahora goza de buena salud la iglesia?

Muy buena salud porque son muy ricos y poderosos políticamente. Con una salud espléndida. La actitud de degenerados sexuales de los curas y la gran cantidad de ellos involucrados en casos de pederastas en diferentes países del mundo. Esto hechos los esta lastimando. En México los Legionarios de Cristo, encabezado por el sacerdote Marcial Maciel lleno obviamente de dinero al Papa y al Vaticano con sus famosos legionarios, pero al mismo tiempo violó a 85 niños, por eso ya no puede oficiar misa.

¿Dónde esta el sacerdote Marcial Maciel?

En el Vaticano y la justicia mexicana tiene que ir por él. ¿Usted ha omitido datos, y ha dejado en el tintero un sinnúmero de hechos?

Es un libro de 600 páginas, a lo mejor hubiera llegado a las mil páginas, pero es imposible publicar un libro con tantas páginas.

¿Usted cree en la iglesia?

No creo en la iglesia ni tampoco creo en una inteligencia superior a la humana.

Ruiz Marcos edita una novela sobre el escándalo de Marcial Maciel

El ex jesuita, natural de Ujo, relata en «La orden maldita» la peripecia de las víctimas del fundador de la Legión de Cristo

El caso del fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel Degollado, ha alcanzado ya la ficción novelesca. El asturiano José Manuel Ruiz Marcos acaba de publicar en España la primera novela sobre este sacerdote mexicano, acusado de abusos sexuales por ex miembros de la Legión. Basándose en el testimonio de las víctimas, Ruiz Marcos narra en «La orden maldita» diez años de la vida de Maciel, entre 1946, cuando llega a Comillas (Santander), y 1956.

J. MORÁN

El asturiano José Manuel Ruiz Marcos (Ujo, 1926) acaba de publicar la primera novela sobre el escándalo del fundador de la Legión de Cristo, el sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado, cuyo caso se sustanció el año pasado al imponerle la Santa Sede el retiro a un vida discreta, sin ministerio público.

Ocho ex miembros de la Legión habían llevado a Maciel Degollado ante los tribunales del Vaticano por supuestos abusos sexuales, consumo de estupefacientes y por el también supuesto delito de absolución de los cómplices. Precisamente ahora se cumplen diez años de la publicación en el diario «Hartford Courant» (Connecticut, EE UU) de un reportaje de los periodistas Jason Berry y Gerarld Renner que relataba la peripecia de las víctimas y que marcó el inicio de la caída de Maciel.

La novela de Ruiz Marcos, «La orden maldita» -editada por Planeta en México, y cuya distribución en España se inició la pasada semana-, está basada en el testimonio de las víctimas. El autor conoció personalmente en 1946 -en el Seminario y Universidad Pontificia de Comillas (Cantabria)- a Maciel y a algunos miembros de la futura Legión de Cristo. José Manuel Ruiz Marcos estudió Teología y Ciencias Políticas y Económicas, materia esta última de la que ha sido profesor universitario en Bielefeld (Alemania), su actual lugar de residencia. Perteneció a la Compañía de Jesús entre 1947 y 1964. En 2004 publicó la novela «Amar en Comillas», en la que relata una relación homosexual en el referido centro de los jesuitas. Ruiz Marcos se entrevistó en marzo de de 2005, en México, con algunas de las víctimas de Maciel antes de completar su novela.

El libro se centra en diez años de la vida de Maciel Degollado: desde 1946, cuando el religioso mexicano llega a Comillas, con sus primeros seminaristas, hasta 1956, año en el que la ficción de la novela plantea el final de la Legión de Cristo.

Ruiz Marcos comentó a LA NUEVA ESPAÑA que ha escrito el libro «desde la posición de las víctimas y por ello me centro en la corrupción sexual, en la vivencia de aquellos niños que experimentaron obediencia ciega hacia Maciel, pero también amor y veneración por su fundador». Maciel Degollado es caracterizado en la novela como «hombre de carisma indefinible, que le hace adueñarse de espíritus tan fuertes como los jesuitas Baeza y Rodrigo, y que conmociona al Papa Pío XII».

Al tiempo que la novela era distribuida en México, una juez del Distrito Federal, Maricela Cruz Sánchez, citaba a Marcial Maciel y al padre Álvaro Corcuera -actual superior de la Legión- para testificar sobre un supuesto abuso sexual sufrido por un alumno menor de edad del Colegio Oxford, que depende de la Legión. La citación era para el 8 de marzo, pero los religiosos no comparecieron.

Science, religion and society: Richard Dawkins’s The God Delusion

By Joe Kay

15 March 2007

The God Delusion, by Richard Dawkins, Houghton Mifflin, 2006, 416 pages.

It was refreshing to see the publication of Richard Dawkins’s book The God Delusion. It is not every day that one of the premier evolutionary biologists in the world publishes a text dedicated to the defense of atheism. Dawkins has done us a service, if only in making more acceptable the general proposition that religion and science are at odds with each other, and that it is science that should win out.

The God Delusion has received an enthusiastic response from the public, including in the United States, generally considered the most religious of all industrialized countries. Dawkins book has so far spent 24 weeks in New York Times bestseller top 15 for nonfiction. During a book tour in the US last year, Dawkins drew large and sympathetic crowds, including at some states (such as Kansas), more often associated with religious fundamentalism.

Some of the interest generated by Dawkins’s book is no doubt due to the author, whose books, including The Selfish Gene, have become standard texts in evolutionary biology. Whether or not one agrees with everything he says about the theory of evolution, it is certainly true that Dawkins is a gifted writer with a capacity to explain complicated issues in direct and clear language.

However, there is more involved than this. There is a hunger for alternative perspectives, for views that challenge supposedly universally accepted propositions. There is a latent and widespread oppositional sentiment, and Dawkins’s book appeals to a deep hostility to the religious fundamentalism and backwardness that increasingly characterize governments in Britain, the US and internationally.

Against the “appeasement” of religion

There are certain severe limitations to Dawkins’s presentation of religion, which will be discussed below. However, perhaps most laudatory in the book is its willingness to challenge not only religious orthodoxy of various stripes, but also those within the scientific community who insist upon attempting to reconcile religion and science. The perspective of these thinkers (who Dawkins dubs the “Neville Chamberlain School of Evolutionists”) is that science can best be defended from fundamentalists (such as those who want to ban evolution from public school curricula) by accommodating non-fundamentalist strands of religion. This is done, according to these thinkers, by insisting that religion and science need not be in conflict, that perhaps they are complementary, or at least address different questions.

The late evolutionary biologist Stephen J. Gould has been closely associated with this perspective, arguing that religion and science occupy what he called “non-overlapping magisteria,” using a verbose term to cloak an extremely superficial idea. “To cite old clichés,” Gould once wrote, as quoted by Dawkins, “science gets the age of rocks, and religion the rock of ages; science studies how the heavens go, and religion how to go to heaven.” Dawkins gives the adequate reply: “This sounds terrific—right up until you give it a moment’s thought.”

One of Dawkins central claims is, “The presence or absence of a creative super-intelligence is unequivocally a scientific question, even if it is not in practice—or not yet—a decided one. So also is the truth or falsehood of every one of the miracle stories that religions rely upon to impress multitudes of the faithful.” In other words, if God exists and is anything more than a vacuous concept, he/she/it must have some effect on the world. This, certainly, is the belief of most religiously-minded people, who believe that God intervenes in the world, performs miracles, answers prayers, etc. Dawkins cites one experiment finding that patients who receive prayers don’t actually do better than patients who don’t receive them. This may seem a somewhat silly experiment (which was actually performed by supporters of religion) but it does illustrate the basic point—if religious phenomena exist, they can be tested scientifically.

While this is an important observation, there is something missing in Dawkins’s presentation of science and religion. He treats the “God hypothesis” as basically equivalent to the claim, for example, that a teapot is in orbit around Mars (a famous proposition given by Bertrand Russell, who pointed out that though he may not technically know that such a teapot does not exist, he is not obliged to be agnostic about it). His ultimate justification for his atheism is that it is very probable that God does not exist, just as it is very probable that there is no teapot orbiting Mars. The preponderance of evidence indicates, says Dawkins, that God does not exist. This “99 percent atheism” actually leaves the door open for skepticism if seriously challenged.

The God hypothesis, however, is a very different type of hypothesis from the teapot hypothesis. Indeed, it is not really a hypothesis at all, since it involves at its core the claim that the process of scientific investigation—including the testing of hypotheses— cannot arrive at truth (or at least the complete truth). The religious proposition involves the belief that there exists truth outside the possibility of scientific investigation, and therefore the statement that there can be no scientific justification for religious belief is—from the point of view of the religious individual—beside the point. One is merely question begging by asking, “But what are your scientific grounds for your non-belief in science?”

The conflict between science and religion lies at a more fundamental level than Dawkins’s empiricism. The foundation for atheist belief is not really that God is an unlikely proposition (though the hypothesis, if taken as a scientific hypothesis, is the most unlikely hypothesis one can come up with), but that atheism flows from a materialist world-outlook—a philosophical position that holds that everything that exists consists of the law-governed development of matter in its various forms. Since matter is law-governed, it can be subject to scientific investigation, and at the same time science requires the presumption that the objects of its investigation follow causal relationships. This, ultimately, is the central conflict between religion and science, which is conflict between materialism and idealism, rationality and irrationality.

The proof of the materialist world outlook lies in the entire historical experience of mankind in its interaction with nature, particularly in the extraordinary development of scientific knowledge over the past several hundred years. The proof of materialism is demonstrated in this historical practice, whereby mankind has not only formed hypotheses, but realized these hypotheses in the transformation of the material world.

It has become a fad among those who argue that science and religion are compatible, while also arguing strongly for the teaching of evolution in schools (and perhaps most prominent among these is Eugenie Scott, executive director of the National Center for Science Education), to make a distinction between methodological naturalism and metaphysical naturalism. Science, according to these thinkers, depends on methodological naturalism—the assumption during scientific experimentation that there exists nothing outside the material world of cause and effect. This is distinct from the claim that there is actually nothing outside of this material world of cause and effect.

Such an argument, taken up by those who would defend science education, in fact undermines the foundation of science altogether, since it eliminates any solid connection between scientific investigation and reality. There may exist a God—or any other supernatural entity—but science can never discover this underlying truth (what Kant would term the noumena), since science relies on the assumption of causal relationships and natural law-governed processes, which supposedly may or may not allow humans to arrive at a complete understanding of the universe.

The ability of science to predict and transform the material world demonstrates, however, that it is not only a useful method, but a means of arriving at an understanding of the real world. Through a rigorous system of observation, reason, hypotheses and experimentation, science allows humans to arrive at truths about the world as it is “in itself.” It is a systematic means of testing the truth of our conceptions through practical interaction with the world. Its rationality is what distinguishes science from religion, which in one way or another relies on the irrational, on superstition, on “faith.”

Religious belief and social history

Dawkins does not deal seriously with any of these philosophical issues, and his defense of atheism, while important, is ultimately unconvincing and superficial. He devotes a considerable amount of space in his book to discussing the various “proofs” for the existence of God (the cosmological argument, the argument from design, etc.), all of which have been refuted a hundred times already, and to which Dawkins adds nothing new. Most of these proofs (such as the assertion that every effect must have a cause, a recession that must lead ultimately to an uncaused cause, which is God) are not remotely convincing to anyone who does not already believe in God, and their refutation will not in general be convincing to anyone who does.

On the more frequently invoked “argument from design,” Dawkins points out that Darwin put an end to this proof in his theory of evolution, which explained how complex, apparently intelligently-designed organisms, are the product of a long process of natural selection.

In discussing the origins and perpetuation of religious beliefs, much more is required than a review of the various proofs for God’s existence. A scientist must also examine why these beliefs arose and why they are perpetuated. Here Dawkins enters what is for him somewhat foreign territory, and he frequently stumbles, due in large part to his failure to take seriously the role of social relations in shaping and perpetuating religious belief.

To adopt a materialist, scientific, approach to religion is first of all to recognize that religion is fundamentally a product of society. Culture is a social, not an individual, phenomenon, and in the process of his development the individual adopts in one form or another ideas present in the broader social milieu. A materialist explanation of religious belief must therefore be rooted in a materialist approach to society. As with many natural scientists, however, Dawkins does not carry through his materialism to social and cultural history. He ends up resorting to various idealistic explanations for religious belief.

Historical materialism—that is, Marxism—sees ideology, including religion, as rooted in the process of production and the social relations humans enter into in order to produce. As Marx wrote in his famous preface to A Contribution to the Critique of Political Economy, “The mode of production of material life conditions the general process of social, political and intellectual life. It is not the consciousness of men that determines their existence, but their social existence that determines their consciousness.”

On the one hand, religion is perpetuated by the ruling elite during different stages of historical development as a means of justifying particular social arrangements. In the Middle Ages, for example, the Catholic Church in Europe was one of the principal institutional and ideological props of feudalism, not to mention one of the largest landowners. With control over the productive forces, the ruling elite, in alliance with the church, could perpetuate religious belief through myriad means. In addition to justifying various hierarchies, religion has been used to tell the poor and exploited that salvation lies in the next world, rather than this one.

On the other hand, religion frequently plays the role of “opiate,” i.e., it provides comfort for the poor and exploited, a hope for salvation and a better life in another world. For this reason, religious ideology can have a receptive response among broader sections of the population. Religion, Marx wrote in his Contribution to the Critique of Hegel’s Philosophy of Right, is the “sigh of the oppressed creature, the heart of a heartless world, just as it is the spirit of spiritless conditions.”

Of course, the history of religion, like that of any ideological phenomenon, is complex. Religious ideology takes on a semi-independent existence, with its own internal logic. There is also a trend in religious evolution. As humans come to understand the natural world through the process of scientific explanation, the concept of God has tended to become more abstract, more removed from day-to-day events. Religion tends to occupy the realms of human experience that scientific knowledge has yet to penetrate, though this is not an entirely linear trajectory. In general, however, social progress has been associated with the advance of science and the retreat of religion.

The point is that this explanation of religion imbues any discussion of religion with the social content necessary for its comprehension. Dawkins completely dismisses this perspective. “Nor are Darwinians satisfied by political explanations, such as ‘religion is a tool used by the ruling class to subjugate the underclass’,” he writes. “It is surely true that black slaves in America were consoled by promises of another life, which blunted their dissatisfaction with this one and thereby benefited their owners. The question of whether religions are deliberately designed by cynical priests or rulers is an interesting one, to which historians should attend. But it is not, in itself, a Darwinian question. The Darwinians still want to know why people are vulnerable to the charms of religion and therefore open to exploitation by priests, politicians and kings.”

This is a fair enough point when discussing the historical origins of religious belief in the evolution of man (though the talk of “cynical priests and rulers” is a mechanical and one-sided presentation of the Marxist theory of religion, which Dawkins here alludes to without naming). Given the way in which religious beliefs of some sort or another have emerged on numerous occasions in almost every society, it is certainly legitimate to ask if there is something in our biological makeup that predisposes human society to adopt religious conceptions, even if one insists that the social dimension takes precedence in man’s later development. There might be other ideologies that could serve the same social function as religion does, so one is led to ask why religion predominates. Dawkins would like to discuss what it is in our evolutionary heritage that makes religious explanations particularly attractive, that makes religious ideology particularly universal. We will return to the limitations of this approach below, after first going into some detail about Dawkins’s views on the question that he would like to focus on.

In giving his own answer, Dawkins notes that an evolutionary explanation of religious belief need not postulate an evolutionary benefit for religion itself. “I am one of an increasing number of biologists who see religion as a by-product of something else,” he writes. “More generally, I believe that we who speculate about Darwinian survival value need to ‘think by-product.’ When we ask about the survival value of anything, we may be asking the wrong question.”

Dawkins proposal for an evolutionary foundation of religious belief is not particularly profound: We have evolved to believe what we are told by our elders. This is beneficial, Dawkins says, because generally our elders are right, and those who believed what they were told benefited from the accumulated experience of their elders. This may be true, but it leaves open the question as to why it was religion that has been passed on from elders to children, rather than something else. The fact that Dawkins does not consider this obvious objection to his theory is an indication that he has not really thought through this question very seriously.

More promising is the theory presented by Daniel Dennett that religion is fundamentally misplaced intentionality. Humans evolved to interpret certain actions, particularly actions that they did not understand, to be the product of intentional agents. This was useful when dealing with actual intentional agents, because it allowed early humans to better predict the behavior of animals or fellow humans (a particularly useful quality as social relations developed). Religion is the imputation of intentionality on the natural world: It is a god that causes the rain to fall and the rivers to flood; it is a god that is the cause of life and death, etc.

While these various proposals are interesting, they are not particularly useful unless they are rooted in an investigation of the scientific evidence, including archaeology. As of yet, both Dennett and Dawkins have been engaging largely in armchair evolutionary biology in discussing this question.

More fundamentally, theories such as those proposed by Dawkins and Dennett do not further our understanding of the history of religion, which is really the most important question in understanding its persistence and nature today. Supposing that religion had an initial impulse in misplaced intentionality or in the tendency of children to believe what they are told, this does not explain why it should continue even when science has led us to the conclusion that this intentionality is in fact misplaced, and does not explain why children continue to be indoctrinated in the existence of fictional beings. It also does not explain why religion has evolved as it has over the years.

To deal with this question, Dawkins (and Dennett) resort to the theory of the “meme,” a supposed cultural equivalent of the gene. A meme is a purported “unit of cultural inheritance,” and certain memes have a greater tendency to reproduce themselves, etc. A more detailed critique can be found in James Brookfield’s review of Dennett’s book, Breaking the Spell: Religion as a natural phenomena. Here it is sufficient to note that by locating the basis for the spread of an ideology in the idea itself (rather than the society in which the idea emerges and spreads), the proponents of meme theory generally fall into an idealist interpretation of history, one that has great difficulty in explaining what accounts for ideological development.

Dawkins confesses the difficulty he has in explaining cultural evolution when he writes about the “moral zeitgeist,” which he says is “a mysterious consensus, which changes over the decades” and accounts for changes in moral or religious conceptions. He has no real explanation for the changes in this “moral zeitgeist,” but, Dawkins writes, “The onus is not on me to answer.”

If all Dawkins aimed to do was provide a logical proof for the non-existence of God, or propose theories for why religion may have emerged in the development of early human society, we might accept this statement. But in fact Dawkins aims to do much more. He wants to tackle contemporary social and political issues, and without any serious basis for explaining why religions persist he is left floundering, often finding his way into quite reactionary positions.

Religion and politics

The problem Dawkins and others confront in explaining religious and ideological change lies ultimately in their refusal to take up Marxist theory. Dawkins refers to Marx only once in passing, and deals with class theory only in the paragraph quoted above. For Dawkins, religion has no social or political significance. He treats it merely as an idea without any real connections to the more material conditions of life.

He writes, to cite one example, “The Afghan Taliban and the American Taliban [Christian fundamentalism in the United States] are good examples of what happens when people take their scriptures literally and seriously.” Certainly scripture plays a role, but both the Afghan Taliban and the “American Taliban” are products of deeper social relations in their respective societies, and in fact the differences between these societies impart different characters to the respective ideologies.

This approach to religion has definite political consequences. Early on in the book, Dawkins discusses the case of the anti-Islamic cartoons published in the Danish newspaper Jyllands-Posten, which produced sharp protests in February 2006. Press and governments around the world denounced the protests as attacks on free speech, and defended those who decided to publish the bigoted cartoons as proponents of free speech.

Dawkins accepts this interpretation entirely. One need not be a supporter of the ideology of Islamic fundamentalism to recognize that what was really involved was not a defense of free speech by a Danish newspaper, but a deliberate provocation designed to whip up anti-Islamic sentiment in Europe and elsewhere. The protests, on the other hand, reflected anger that was more than merely religious in character. There is seething resentment against the United States and European governments to their policies in countries composed largely of Muslims.

The fact that discontent in many regions of the Middle East and other areas often takes a religious character is also a product of historical and political factors. The perspective of secular bourgeois nationalist movements has failed utterly, secular socialist and internationalist movements have been systematically betrayed by Stalinism, and the United States and other powers have worked for a long time to undermine secular movements of all stripes because they have viewed these movements as more of a threat to their interests than religions movements. Both Osama bin Laden and the Taliban are in part products of the American intervention in Afghanistan in the 1980s, when the US waged a proxy war against the Soviet Union by generously funding the most extreme Islamic fundamentalists. On the other hand, a movement such as Hamas in the Palestinian territories—which is very different phenomenon from Al Qaeda—has gained traction in part because it provides critical social resources and services not provided through any other channels, particularly as the Palestinian Liberation Organization has moved increasingly to the right, accommodating itself to American imperialism.

Dawkins’s blindness to the social and political roots of religious ideology leads him toward quite reactionary positions. He goes so far as to quote approvingly the words of Patrick Sookhdeo, director of the Institute for the Study of Islam and Christianity, who has written: “Could it be that the young men who committed suicide were neither on the fringes of Muslim society in Britain, nor following an eccentric and extremist interpretation of their faith, but rather that they came from the very core of the Muslim community and were motivated by a mainstream interpretation of Islam?”

One rubs ones eyes in disbelief when one reads the uncritical representation of these words by Dawkins. The Institute for the Study of Islam and Christianity is an evangelical outfit whose main aim is to promote anti-Islamic chauvinism, which is precisely the aim of Sookhdeo’s sentence quoted above. One might give Dawkins the benefit of the doubt in assuming that he quotes without real knowledge of who he is quoting, but regardless it is certainly a misfortune that Dawkins, an outspoken opponent of the war in Iraq and an opponent of Christian ideology as much as Islamic, should lend his authority to such a vile perspective. But such is the consequence of remaining blind to the social and political issues that lie behind most religious questions. Approaching such matters from an idealist perspective, Dawkins is easily led to the conclusion that Islamic fundamentalists must simply be a product of Islam as a religion, and this leads him into the same bed with such utter reactionaries as Sookhdeo.

There is a tendency among the advocates of atheism—and this is perhaps most clear in the works of Sam Harris, who Dawkins also quotes approvingly on several occasions—to adopt a contemptuous attitude toward the religiously-minded population, which is still a majority of the working class around the world. Since religion is conceived of only as an ideological phenomenon, it is ultimately the population itself that is to blame for belief in religion and whatever policies are justified in the name of religion. Not only does this often lead to right-wing political positions, it also fails utterly in offering a suggestion for how the influence of religion can be diminished.

Marxists too want to undermine the influence of religious movements, in the Middle East, in the United States, and around the world. Religion is inherently anti-scientific. It cloaks the real nature of society and repression, and it often serves as an ideological buttress for social reaction and militarism.

However, to realize this aim requires that one first of all comprehend the actual social and political basis of religious belief. As Marx wrote in the same work quoted above, “The abolition of religion as the illusory happiness of the people is the demand for their real happiness. To call on them to give up their illusions about their conditions is to call on them to give up a condition that requires illusions...Thus, the criticism of Heaven turns into the criticism of Earth, the criticism of religion into the criticism of law, and the criticism of theology into the criticism of politics.”

In other words, the fight for scientific consciousness among masses of people, and with this a materialist world outlook, must be bound up with the attempt to explain to people the real nature of society and oppression. It must be bound up with a political struggle and a socialist movement.

See Also:

Religion and science: a reply to a right-wing attack on philosopher Daniel Dennett

[21 March 2006]

Columna de opinión Publicado el 20 de marzo de 2007 a las 16:05 horas. | Imprimir

Dios, cuatro años más viejo

Agustín Jiménez

Muchos norteamericanos justos se han enfadado porque, en una remesa de monedas, la fábrica de dinero ha omitido imprimir el obligado "In God we trust" (En Dios confiamos). Pero lo cierto es que es difícil confiar en las buenas intenciones del ser en cuyo nombre se inició la escabechina de las Azores. Es una pena que Dios, al indicar a Bush que invadiera Irak, no le revelara que allí no había armas de destrucción masiva, comenta Richard Dawkins, inglés, genetista, el ateo más en boga de la actualidad ("The God Delusion", 2006, pág. 88). Ahora se conmemoran los cuatro años de la hazaña.

Un individuo que llegó a presidente de aquí -esto sí que es efecto llamada para el país de las oportunidades- dice que él participó en aquello porque hace cuatro años no tenía información. A cuenta de su ignorancia nos metieron doscientos cadáveres en Atocha, que él trató de escamotear antes de que lo echaran por embustero. Pero aduce que no se le puede considerar responsable porque no obraba cuando sabía sino cuando no sabía. Por eso sus legionarios han comenzado a manifestarse para que no se venda Navarra (signifique eso lo que signifique). Dentro de cuatro años, cuando hayan roto todas las farolas, se darán el gustazo de confesar que las han destrozado porque, a día de hoy, ignoraban que no fueran peligrosas. Tiene lógica.

Uno a quien en el séquito han encargado que haga declaraciones de internacional porque es el que sabe inglés, suelta en televisión que lo de Irak es un conflicto "rancio". Se queda tan ancho, y no le llega el hedor de ninguno de los 650.000 asesinados. Y un notario de lengua rosita que -a la vejez, viruelas- se ha descubierto un gusto inmoderado por las travesuras de rapaz, dice a su vez que Irak es tan antiguo como Felipe V. Lo suelta sin pararse a pensar que Felipe V es posterior al foro de Navarra.

Si de verdad no fue sólo por dinero (los misiles de papá Bush, los contratos de Haliburton del vicepresidente, el petróleo de los amigos texanos, los réditos británicos), y dado que no fue por inteligencia, el conflicto de Irak se encendió por comprensible deseo de venganza, sentimiento legítimo profusamente reglamentado en la Biblia, y por escenificar una vez más el drama ciego del Bien y del Mal, que tantos buenos ratos nos ha hecho pasar en el cine. Como se provocó con mentiras (el fin justifica los medios), con abundante sermoneo técnico y con pretextos sublimes, tenemos razones para pensar que, con un tipejo como Bush, "religión" es uno de los nombres que designan a la mala leche. Casi seguro que entre los horribles diputados que una tarde aciaga aplaudieron a rabiar en las Cortes la participación española en la ignominia, hay gente decente. Pero, como observa Steven Weinberg, un premio Nobel citado por Dawkins en la página 249 de su mencionado libro (absolutamente desaconsejable para obispos extremeños), siempre habrá quien haga el bien y quien haga el mal, "pero, para que la gente buena haga cosas malas, es menester la religión".

La revancha de "Dios "


18/03/07 02:53 n Vivimos tiempos extraños. Contra lo que anunciaba aquella apresurada y puede que malentendida pero en todo caso errada predicción acerca del final de la Historia, los viejos demonios resurgen de sus cenizas para proyectar de nuevo su siniestro ascendiente sobre las conciencias -ay, tan vulnerables- de los hombres contemporáneos, en esta edad que algunos han dado en llamar, por analogía con aquel otro tiempo de cansancio y decadencia, posmodernidad tardía. Los enemigos de Occidente se acogen al mandato divino para perpetrar las más terribles atrocidades y éste, temeroso o inseguro, duda del alcance universal de sus valores para acogerse a fórmulas huecas que ponen en peligro su fortaleza. Pero dado que la razón debe enfrentarse a los mismos renacidos adversarios de siempre, conviene rearmarse de argumentos con los que plantar cara al fanatismo y la intolerancia, como nos enseñaron, benditos sean, los padres de la Ilustración, pues no será confiando en Dios como venceremos la amenaza que se cierne sobre las sociedades abiertas y su irrenunciable modelo de convivencia. Por eso cuando el otro día decía Fernando Savater, parafraseando la famosa sentencia de Marx, que la religión ya no es el opio sino la cocaína del pueblo, no sólo estaba dando un titular más o menos escandaloso a los agradecidos periodistas, sino emitiendo un oportuno diagnóstico que apuntaba al carácter de perverso estimulante que desempeña la invocación a la fe en buena parte de los conflictos actuales.

Ya el controvertido ensayo de Gilles Kepel La revancha de Dios presagiaba el escenario ciertamente inquietante que los sucesos de los últimos años han venido a confirmar. Pero con ser el más preocupante, la intromisión de las religiones en el ámbito de la política es sólo uno de los aspectos del problema, que Savater ha querido abordar, en esta nueva entrega, desde la misma raíz, analizando los fundamentos y justificaciones del hecho religioso que obedece, nos dice, en última instancia, al deseo de supervivencia. El hombre cree en Dios o en los dioses porque no se resigna a morir, y para satisfacer su afán de inmortalidad está dispuesto a admitir todo tipo de explicaciones sobrenaturales, por extravagantes que sean. Los "espejismos del más allá" pueden aportar consuelo, pero no ayudan, más bien al contrario, a vivir conforme a unos principios éticos que deben ejercerse al margen de la recompensa ultraterrena, pues, como ya señaló Spinoza, lo propio de la religión es antes que nada fomentar la obediencia. La vida eterna, en fin, es no sólo increíble sino indeseable.

Es verdad que las sociedades occidentales han logrado confinar la religión al ámbito particular que le es propio, pero no ha sido sin una larga y obstinada resistencia por parte de la Iglesia, que tiene ahora, dice Savater, la "santa desvergüenza" de reivindicar la libertad de conciencia que durante siglos condenó como un insano desvarío. Y aunque los mayores peligros provienen de fuera, también desde dentro, como demuestra el auge de los teocons en Estados Unidos, se multiplican los frentes, porque "no hay personas más peligrosas sobre la tierra que las que creen que están ejerciendo la voluntad del Todopoderoso". No hay acritud en las argumentaciones de Savater, pero sí firmeza y, como siempre, buen humor.

Reaparece así el gran polemista, conjugando la filosofía y la actualidad, para defender la incredulidad como antídoto frente a las tentaciones estupefacientes y, en definitiva, los principios de una ética humanista y laica que trasciende las religiones y las fronteras. Muy pocos ensayistas entre nosotros escriben con el rigor, la amenidad y la capacidad de persuasión del pensador donostiarra, que tiene además la saludable costumbre de dirigir su atención a las cuestiones acuciantes del mundo que nos rodea. De ahí que muchos de sus libros sean a la vez lúcidas incitaciones a la reflexión y jubilosa escuela de vida.

La vida eterna l Fernando Savater l Editorial Ariel l 256 páginas l 17,50 euros

Confesiones

15/03/07

Intolerancia y crítica: ¿los ateos son la nueva inquisición? .

Publicado en: Vida de hoy,

Hernán Toro, miembro del grupo paisa Escépticos Colombia, dice que intelectuales ateos están empezando a salir del ‘clóset’ para mostrar sus puntos de vista, debido a que la “irracionalidad y el fanatismo religioso inunda el mundo y amenaza con un choque de civilizaciones, mientras corrientes retrógradas erosionan la ciencia y la democracia”.

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Durante décadas, los intelectuales ateos y agnósticos han mantenido una actitud condescendiente ante la religión. Se mantenía el escepticismo religioso como actitud personal sin promover la visión crítica: se podría llamar "el clóset" ateo. Las consecuencias son patentes ahora: la irracionalidad y el fanatismo religioso inunda el mundo y amenaza con un choque de civilizaciones, mientras corrientes retrógradas erosionan la ciencia y la democracia.

Doctrinas que enseñaban al oprimido a "someterse" porque "toda autoridad viene de Dios"; movimientos como el creacionismo(1) que buscan reemplazar la evolución científica con mitos bíblicos; fundamentalistas islámicos que adoctrinan sus seguidores para que se conviertan en terroristas suicidas; la ultraderecha norteamericana evangélica que lava el cerebro de los niños para que eliminen la separación entre la iglesia y el estado, con métodos de abuso infantil(2); ¡incluso fundamentalistas islámicos que marchan exigiendo la decapitación de quien dice que el Islam es una religión violenta!, todo esto muestra que cuando no se confronta la religión, esta avanza como un cáncer mental y social.

Ante este panorama alarmante, algunos intelectuales sobresalientes han tenido el coraje de salir del "clóset ateo" para mostrar que la religión es peligrosa porque:

Enseña a los ciudadanos a creer ciegamente en lo que se les dice.
Crear personas que se casan con ideas "por principio" sin cuestionar sus bases y consecuencias
Forja una ciudadanía que pone su felicidad en cuentos de hadas
Sataniza y reprime manifestaciones naturales de afecto y placer para volver a la población neurótica y proclive a la violencia(3)
Forma sectas que odian a quienes no se adhieren a ellas
Deteriora el pensamiento crítico a las nuevas generaciones, instilándoles ideas absurdas que deben aceptar por obligación paterna y por circunstancias geográficas
Fomenta actos violentos e incluso homicidas como respuestas a críticas argumentales.

Más aún, estos críticos modernos de la religión han desmontado todos los argumentos imaginables a favor de los monoteísmos modernos hasta dejar expuesta su falsedad(4). Han mostrado los procesos cerebrales explican la religión como un fenómeno sin elementos sobrenaturales(5). Han señalado el peligro intrínseco de la mentalidad religiosa para una democracia y una ética sana(6).

Los creyentes han respondido tildando a los críticos de "intolerantes", "fanáticos", "fascistas"... de ser una "nueva inquisición" encargada de perseguir a los creyentes. Incluso, de caricaturizar a la fe. ¿Es comparable la actitud atea moderna con los símiles que le hacen? ¿Son válidas estas acusaciones?(7)

Es gracioso que los insultos de los creyentes irritados surjan de la historia de la fe: Los ateos modernos no han quemado mujeres por tildarlas de brujas; no han hecho guerras de exterminio contra musulmanes por creer en Muhammad; no han redactado "índices" de libros prohibidos so pena de expulsar de sus comunidades a los transgresores; no han fomentado la quema de textos con ideas "heréticas"; no han estancado durante mil años el avance científico de la humanidad por ir en contra de "Las Escrituras"; no han pasado a espada ni asado en la hoguera a etnias de ultramar por no aceptar el "Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo"; no han mandado a asesinar escritores que hagan parodias de sus libros ni a caricaturistas que dibujen a sus personalidades; menos aún, no han firmado documentos que autorizan detonar dos bombas atómicas sobre población civil luego de encomendarse a Dios(8).

Comparar las críticas argumentales ateas contra la religión, con los genocidios religiosos contra "infieles" y "herejes", muestra el deterioro cerebral que causa la fe. El creyente considera igual una crítica que un genocidio. No es de extrañarse; ya se han visto antes sus doble estándares: se aterran ante 5 millones de homicidios Nazis, pero consideran buena la destrucción mítica de la raza humana por Yahvé (excepto Noé & Cía.) o el genocidio de los moradores de Canaán por los sangrientos israelitas.

Los ateos modernos actúan en el plano de las ideas: señalan errores, falacias, y consecuencias adversas de la fe sin prohibirla; los ateos ven el error de los creyentes pero también les defienden su derecho expresar sus errores religiosos. Lo único que solicitan a cambio es que se les permita criticar libremente. Esta actitud es diametralmente opuesta a la de los creyentes que a lo largo de la historia han aplastado a espada y fuego las voces disidentes. Esto no es sólo historia medieval: los regímenes de Franco en España, de Pinochet en Chile, y de Bush en Estados Unidos muestran la terrible cercanía de este fenómeno.

Criticar o descalificar una idea no es un ataque ni un insulto a quien la respalda. Este error es una traba para un debate racional serio y fructífero, no sólo en religión sino en política. Valga una ilustración: Isaac Newton fue el primer unificador de la física al probar que las mismas leyes de movimiento rigen a los cuerpos celestes y terrestres; esto acabó con la filosofía aristotélica escolástica. No obstante, su mayor producción intelectual fue en Teología. Newton perdió años estudiando textos proféticos como Daniel y Apocalipsis con el fin de predecir la segunda venida de Cristo. Desde la óptica moderna, buena parte de la energía intelectual de Newton se desperdició en mitos infundados, pero decir que Newton perdió su tiempo con tonterías religiosas no equivale a decir que Newton era tonto, ya que tal vez fue el cerebro más grande de la historia(9). De igual forma, cuando los hechos señalan que el dios cristiano es genocida, el cristiano debe entender que no se le está atacando a él sino a su deidad.

Las palabras fuertes no son ideales en un debate; el autor de estas líneas tardó años en aprender esta dura lección y hoy día trata en lo posible de evitar los epítetos fuertes... pero a veces son necesarios. Es bueno aprender a diferenciar un ataque argumental de un ataque personal. Si se "saca callo" ante las agresiones verbales, y se mira la esencia de una crítica en vez de pegarse a la forma, tal vez se fortalezca la capacidad de diálogo y debate de nuestra sociedad.

Cuando los ateos critican y refutan racionalmente la religión, el creyente debe entender que esto es la base de la democracia: la libertad de expresión de quienes difieren. Eliminar la crítica es eliminar la democracia. Criticar no es intolerancia: prohibir la crítica o resentirse por ella sí lo es. La respuesta que debe dar un creyente ante ella no es indignarse por la blasfemia, ni rasgarse las vestiduras, ni exigir la cabeza de quienes "ofendieron a su profeta": Debe REFUTAR RACIONALMENTE a sus adversarios en vez de tildarlos de "inquisidores". Igualmente, debe reconocer que hay una gran diferencia entre el fanático que se ata dinamita al cinturón para volarse y matar a 10 personas o el inquisidor que manda a serruchar una persona en dos para hacerla abjurar de satán o el alto jerarca católico que favorece una pandemia de Sida al prohibir el condón, por un lado, y por otro lado, los modernos ateos cuyo gran "pecado" es mostrar la irracionalidad, la inmoralidad y el peligro social de las religiones modernas.

Addendum para Juan Guerrero:
Le he terminado de responder en el foro: http://www.hostingphpbb.com/forum/viewtopic.php?p=150&mforum=usuariosconfesi#150

Notas:

(1) El "creacionismo científico" es una seudociencia que ha sido refutada ampliamente.

(2) Se puede encontrar un vídeo que muestra un claro abuso infantil por parte de evangélicos norteamericanos en este resumen del documental "Jesus Camp", en Inglés.

(3) Desde hace décadas, los psicólogos y neurólogos han sostenido que la represión sexual y la satanización del hedonismo y el placer genera individuos proclives a la violencia y a la ira. Como punto de partida para una indagación más profunda, se puede consultar este vínculo.

(4) En esta línea, "The God Delusion" por Richard Dawkins, aún sin traducción al español. Un vídeo con un buen resumen de su obra se encuentra en su documental The God Delusion (en inglés). Se puede considerar como esbozo previo de este libro, su obra "El Chaperón del Diablo", publicada en español por editorial Gedisa.

(5) En esta línea se encuentra el texto de Daniel Dennet "Breaking the Spell: Religion as a Natural Phenomenon" por Daniel C. Dennett

(6) Ver "Letter to a Christian Nation" por Sam Harris.

(7) Se puede ver un vídeo con el reciente debate en ABC News, en inglés, donde se pueden oír otras injurias por creyentes ofendidos.
(8) Algún creyente estará pensando en las masacres comunistas cometidas por Stalin como ejemplos de crímenes ateos, pero hay que señalar un error evidente: los crímenes de Stalin no fueron por su ateísmo sino por sus políticas; por el contrario, las masacres de la religión han sido explícitamente por motivos religiosos. Decir que las masacres de Stalin se debían a su ateísmo, sería como concluir que ya que Stalin y Hitler tenían bigote, entonces el bigote fue la causa de los genocidios. Es el mismo problema de confundir correlación con causalidad, señalado en mi columna sobre "Las experiencias y los testimonios de vida"

(9)Ver la sección de Teología de la biografía de Newton en Wikipedia.

La verdad de la duda

Por Mariana Reyes Angleró

La Casa Blanca de Bush impulsa una visión de la moral basada en criterios estrictamente bíblicos. Un grupo de pensadores le sale al paso, en defensa de la ciencia. ¿A quién creerle?

“Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
Juan 8:31

La pregunta eterna parece ser: ¿cuál es la verdad? Para algunos, la verdad es que Dios creó el universo, como dice la Biblia. Otros necesitan pruebas tangibles para aceptar algo como real. El debate entre la religión y la ciencia sigue tan vigente hoy como siempre lo ha estado, desde el comienzo de la historia de la humanidad.

Según el 65 por ciento de los evangélicos en Estados Unidos, la verdad es que los seres vivos, incluyendo a los humanos, siempre han existido en su forma actual, según un estudio sobre religión hecho por el Instituto Pew. La administración Bush, por su parte, impulsa una visión de la moral similar, partiendo de criterios estrictamente bíblicos. Ante esta y otras nociones en abierta contradicción con lo que explica la teoría de la evolución, un grupo de científicos, conocido como “los nuevos ateos”, ha surgido con fuerza en el panorama académico internacional, reaccionando con vehemencia -casi religiosa, dicen algunos- a lo que considera un ataque de grupos religiosos contra la ciencia y la razón. Estos “nuevos ateos” -cuyo pensamiento y propuestas han sido reseñadas por múltiples publicaciones como Time, Newsweek, Nature, Wired, The New York Times y varias revistas inglesas- entienden que creer en la existencia de Dios provoca una falta de conocimiento general al atribuírsele al ser supremo la causa de distintos eventos en la Tierra y el universo.

El libro ‘The God Delusion’, del biólogo evolucionista Richard Dawkins, ha causado, probablemente, la mayor conmoción. El profesor de la Universidad de Oxford es un propulsor del ateísmo que viaja de una universidad a otra debatiendo sobre la incompatibilidad de la religión y la ciencia o de la religión y el saber en general. Su lucha ha llegado hasta el ciberespacio. En beliefnet.com se encontró con el gurú de la paz interna Deepak Chopra y ambos llevan allí una batalla campal virtual, presentando argumentos de un lado y de otro sobre la existencia o no de Dios.

El nombre de Dawkins se oye con frecuencia junto al del especialista en neurociencia Sam Harris, autor de ‘Letter to a Christian Nation’, y al del filósofo de Harvard Daniel Dennett, autor de ‘Darwin's Dangerous Idea’. El triunvirato de intelectuales lleva el mensaje -o la prueba, según sus libros- de que las religiones del mundo se basan en mitos poco probables que no se distancian mucho de la leyenda popular del Cuco o del abominable hombre de las nieves.

¿Qué dice la Iglesia? En la encíclica ‘El Esplendor de la Verdad’, escrita por el papa Juan Pablo II a la Iglesia Católica en 1993, el Pontífice habla directamente de los ateos: “En algunas corrientes de pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto... en esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas”. Añade que “Dios tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocerlo claramente”.

¿Por qué invertir tiempo en este debate? ¿Hay realmente una tendencia mayor hacia el ateísmo? ¿Cómo afecta esto al ciudadano promedio?

A Ramón (nombre ficticio) le afecta cuando se toman decisiones colectivas partiendo de lo que dicta la Biblia. “Si la gente va a la iglesia porque necesita consejo, pues bien, que vaya; pero de ahí a que se dejen llevar por un libro que dice ser sagrado, supuestamente inspirado por un ser que según el Viejo Testamento es intolerante, racista y homofóbico...”. Ramón hace una lista de pasajes bíblicos de Levítico, Números y Deuteronomio para probar su punto.

Cuando se habla de la injerencia de los religiosos en asuntos seculares, el físico y astrónomo Daniel Altschuler está convencido de que es excesiva. Ante una pregunta, hace una pausa, respira profundo y responde: “En Puerto Rico todo el tiempo estamos buscando las opiniones de los diferentes líderes religiosos que dan opiniones que no les corresponden. No son expertos en economía ni en sociología”, dice el científico, que durante 12 años dirigió el Observatorio de Arecibo.

“Puerto Rico tiene una tradición católica al modo del imperio español”, dice por su parte Oscar Dávila, profesor de filosofía en la Universidad del Sagrado Corazón. “Cuando el cierre gubernamental, se recurrió a la teocracia puertorriqueña, este grupo de religiosos de todas las denominaciones que fueron los que vinieron a resolver el asunto”. Lo mismo pasa con la discusión del nuevo Código Civil, dice.

Pero en la médula, el asunto es esencialmente filosófico. “El problema central en la historia de la filosofía de la religión es la demostración de la existencia de Dios”, dice el profesor. “Según (Emmanuel) Kant (filósofo del siglo XVIII), a fin de cuentas no hay una confirmación racional de la existencia de Dios”. Dávila explica que la preocupación de Kant gira más en torno a la idea de Dios en la conciencia del individuo que a la pregunta de la existencia de Dios. “La creencia en Dios no sólo define lo que es el universo, define además la posición que tú ocupas en ese universo”, añade.

Aristóteles dijo que la función básica de la filosofía es primero admirarse de que las cosas sean para luego preguntarse lo que son. “Lo que hace la filosofía es plantearlo todo como un problema o como una pregunta que tiene que ser investigada”, dice el profesor Dávila. “El problema de Dios es básicamente la pregunta como concepto, como algo que tiene que ser estudiado”.

Ciencia y religión

El debate entre la religión y la ciencia es de nunca acabar. Hoy es menos tenso que cuando los científicos que presentaban ideas poco ortodoxas para la época terminaban ardiendo en la hoguera. Las coincidencias son cada vez mayores, aunque el problema fundamental sigue siendo el mismo: creer o no que Dios existe.

En la encíclica ‘El Esplendor de la Verdad’ Juan Pablo II habla de la ciencia: “El desarrollo de la ciencia y la técnica -testimonio espléndido de las capacidades de la inteligencia y de la tenacidad de los hombres- no exime a la humanidad de plantearse los interrogantes religiosos fundamentales, sino que más bien la estimula (a hacerlo)”.

“En principio la ciencia y la fe deben ser armonizables”, dice el padre Félix Struik, teólogo que dirige el Seminario Dominico en Bayamón. “Cuando veo el proceso evolutivo quedo maravillado, me aumenta la fe”, dice. El religioso asegura que no hay ningún problema “entre la auténtica ciencia y la auténtica fe. La ciencia es producto de la inteligencia humana, que para nosotros es reflejo de la inteligencia de Dios que lo ha creado”.

Para Altschuler, la mera pregunta de por qué creemos implica la duda en la existencia de Dios. “Tú no te preguntas por qué la gente cree que los árboles son verdes”, dice el profesor de la Universidad de Puerto Rico. “Si hubiésemos constatado de alguna forma que hay algo sobrenatural, entonces la pregunta no sería una pregunta, porque estaría ahí”. Más allá de la pregunta filosófica, a Altschuler -cuya familia llegó a América desde Alemania huyendo del Holocausto- le preocupa que “todo este tipo de creencia se presta y se ha prestado al dogmatismo controlador, a un fascismo basado en la religión”.

En los últimos años el debate ciencia-religión se ha vuelto más público, especialmente en Estados Unidos, por asuntos como la experimentación con células madre, a lo que el presidente George W. Bush se opone por razones religiosas. “Una cosa es lo que la ciencia técnicamente puede hacer, como la procreación artificial, y otra es la dignidad del ser humano y eso es lo que defiende la religión”, dice el padre Struik. “Una cosa es lo que se puede hacer y otra es lo moralmente permisible”. Para ilustrar su punto, el religioso, de origen holandés, habla de la intención nazi de crear una “raza superior” mediante la manipulación genética. Pero según Altschuler, las religiones han secuestrado la moral. “Las Sagradas Escrituras están llenas de cosas inmorales, como apedrear a tu hijo. La moralidad no viene de la religión”, dice.

La posibilidad de incorporar el “diseño inteligente” (la creación del mundo según la explica la Biblia) al currículo de ciencias, como una alternativa tan real como la teoría de la evolución de Charles Darwin, también se debate en las esferas de poder de Estados Unidos y llegó a proponerse, sin éxito, en la Cámara de Representantes en Puerto Rico.

A Altschuler le parece que el mero planteamiento de esta idea demuestra un desconocimiento del concepto de la separación de Iglesia y Estado y un disparate científico. “El científico que en su laboratorio busca todo tipo de comprobación de todo lo que dice y al mismo tiempo, en otros aspectos de su vida, cree en algo sobrenatural, está siendo intelectualmente deshonesto o no ha pensado bien”, dice.

Elba Irizarry tiene un doctorado en educación, es teóloga, ministra presbiteriana y profesora en la Universidad Interamericana de San Germán. “En el Artículo 2 Sección 5 de la carta de derechos de la Constitución dice que la educación pública es libre y no sectaria; se supone que en los procesos educativos no se impongan criterios religiosos”, dice. “Pero la ideología religiosa tiende a ponernos unos espejuelos, como toda ideología, para interpretar la realidad. Eso probablemente afecta la discusión de temas científicos controversiales como la reproducción”. Para Irizarry, la moral no se puede enseñar en la escuela ni se puede medir en un examen. Pero dice que a pesar de que seamos una sociedad “que tiende a ser secular, en el fondo seguimos siendo puritanos y religiosos”.

Indiferencia religiosa

Quizás como reacción a ese control político de los sectores más conservadores de la sociedad, los jóvenes de la llamada Generación Next -los que tienen entre 18 y 25 años- se identifican más que las generaciones anteriores como ateos, agnósticos o no religiosos. El 20 por ciento de los encuestados escogió esa opción. Según el estudio del Instituto Pew, llevado a cabo en los Estados Unidos, la Generación Next es más tolerante que todas las generaciones anteriores a las razas distintas a la suya, a los homosexuales y a los inmigrantes. En el 1986 sólo el 11 por ciento de los jóvenes de la misma edad se identificó como no religioso o ateo.

“Yo creo que la palabra apropiada no es ateísmo, es más bien un secularismo, una indiferencia religiosa”, dice Struik. “A la mayoría de estas personas ni les va ni les viene, y ese es un número creciente en Europa, donde hay un colapso de la religión institucional”. Según el sacerdote, el instinto de encontrar algo concreto a qué agarrarse, “el deseo irreprimible de ser feliz”, sigue tan vigente como siempre, pero la gente busca “nuevas religiones o religiones orientales”.

¿En qué creen los ateos? Le pregunto a Ramón. Suelta una carcajada, o la escribe más bien, porque nuestra conversación es cibernética. “Soy una persona normal, simplemente no veo necesidad de creer en nada sobrenatural, místico ni espiritual. Creo en la gente”. Ramón está casado en segundas nupcias y tiene un hijo. Es amigo del Fideicomiso de Conservación y trabaja como voluntario en diferentes organizaciones. “El ser ateo cambia en mí un solo aspecto, y es el no creer en la vida eterna, ni en que alguien me está mirando para darme ‘pam pam’ cuando muera. Esta es la única oportunidad que tengo en la vida y eso me hace intentar cada día ser un mejor ser humano”.



"Mi meta es sacar los ateos del clóset"










Por Pedro López Pagán

Bernat Tort nunca olvidará aquellas palabras que salieron de la boca de su hijo de cuatro años, Baruc, durante una visita familiar, el año pasado, al Metropolitan Museum of Art, de la ciudad de Nueva York. Ocurrió en la sala de arte medieval. Un Cristo crucificado pendía del techo. El pequeño Baruc, cuyo nombre significa “bendecido” en hebreo y árabe, lo miró y dijo: “¿Por qué ese humano está guindando de una cruz?”.

“Fue hermoso”, recuerda Bernat, un puertorriqueño de 31 años. “Eso es una mirada desligada de toda tradición religiosa”.

La emoción de este artista y filósofo tiene explicación. Su esposa, Rígel Lugo, una profesora de sociología, y él son ateos. Es por ello que han procurado darle a Baruc, y le darán a Amat, nacido hace apenas 11 días, la educación que ellos entienden apropiada para un niño, una educación que, en el caso de los Tort Lugo, incluye la no creencia en Dios.

El que Bernat Tort sea un padre ateo es sólo una de las razones por las cuales LaREVISTA quiso conversar con él. La más importante es que este profesor de la Universidad de Puerto Rico, candidato a doctorado en la Universidad Complutense de Madrid y especialista en la filosofía de la ciencia, se ha unido a las filas de pensadores que, a nivel mundial, le han declarado la guerra a la religión.

Tengo entendido que te has sumado a la llamada cruzada científica en contra de la religión.

Yo digo ser un ateo evangélico. Siento que es mi deber ciudadano predicar el ateísmo. ¿Por qué? Porque nos va la vida en ello. Porque si las opiniones religiosas se empiezan a tomar a la par que las científicas, estaría en juego la sociedad tecno-científica tal y como la conocemos, deteriorando o erosionando el concepto de evidencia como un concepto importante para sostener o justificar una creencia, una acción o una postura. Esto tiene consecuencias negativas a nivel político, como se ha visto en los últimos años con relación a la evidencia sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Pero ¿por qué con tanta vehemencia? ¿Dónde queda, por ejemplo, la tolerancia?

Mucha gente habla de la tolerancia irreflexivamente, y de hecho, una actitud bien común en Puerto Rico es decir: ‘tú tienes tu opinión, yo tengo la mía, tranquilo que yo no juzgo’. Eso no es ser tolerante, eso es no querer pensar u opinar. Tener una opinión es pensar que esa opinión es verdadera. La misma noción de verdad te invita a convencer al otro, a llegar a un acuerdo intersubjetivo. Se trata de hacia dónde nos queremos dirigir como sociedad. En última instancia, si yo no trato de convencer a la gente y los religiosos sí, porque tienen una vocación evangelizadora, van a seguir convirtiendo gente a la idiotez, van a seguir reproduciendo ideas que lo que producen es intolerancia, violencia, guerras. La reproducción de ideas machistas homofóbicas, xenofóbicas usando como justificación sus razones religiosas. Yo quiero que el concepto de “razón religiosa” sea un sinsentido. Las razones son seculares; de lo contrario, son dogmas.

Entonces, ¿dónde radica exactamente el problema?

La raíz del problema está en predicar la fe como un valor y como una forma posible de fundamentar el conocimiento. La fe te puede dar seguridad sicológica, te puede dar muchas cosas, pero no te puede dar conocimiento.

Pero, en el caso de las religiones, estamos hablando de ideas y nociones que existen desde hace siglos.

¿Y porque una idea sea vieja es buena? ¿Por cuántos años se creyó que el Sol daba vueltas alrededor de la Tierra? ¿Por cuántos años se creyó que los epilépticos estaban poseídos por un demonio? ¿Por cuántos años se pensó que las mujeres eran inferiores a los hombres? ¿Por cuánto tiempo se justificó la esclavitud? La historia nos enseña, casi sin excepción, que mientras más vieja es una idea y más gente la crea incuestionablemente, más sospecha debemos tener de ella.

Entonces, crees que es hora de dejar de creer en Dios.

Yo creo que es hora de dejar de creer en cosas para las que no tenemos fundamento o evidencia. Para mí, la idea de que Dios existe es tan tonta y arbitraria como la de que Júpiter tiene una influencia en mi vida por haber estado en la bóveda celeste cuando yo nací.

¿Y en dónde quedan los teólogos?

Ser un teólogo es un sinsentido porque Dios no es una materia conocible como para ser experto en ella. Puedes ser experto en estudios bíblicos o en literatura comparada, pero no en Dios. Mas, sin embargo, a los teólogos les tenemos tremendo respeto. Los invitamos a los comités de bioética para definir lo que es la vida o la muerte, para hablar de la corrección o incorrección del suicidio o la eutanasia. Que inviten a un filósofo, a una neurobióloga o a un bioético está bien. Pero que inviten a alguien porque es experto en Dios, es como invitar a alguien porque es experto en ovnis o en hadas madrinas.

Tienes un hijo de cuatro años. Si no lo sabe ya, pronto se enterará de que hay mucha gente que cree en Dios. Como padres ateos, ¿cómo tu esposa y tú bregan con eso?

Igual que bregamos con los unicornios y los dragones. Son seres fantásticos, parte de la mitología, parte de nuestro acervo cultural, ideas que han cumplido ciertas funciones, pero que no son verdaderos.

¿En esos términos le hablas a un niño de 4 años?

Bueno, al niño de cuatro años que es Baruc. Un niño al que llevamos cuatro años dándole la educación que entendemos apropiada para un niño; explicando y construyendo sobre los conceptos que él maneja en cada momento. Por ejemplo, no hablamos de física cuántica con nuestro hijo, pero sabe reconocer un átomo.

¿Te preocupa que tu hijo sea un cristiano devoto cuando sea adulto?

Como padre, yo aspiro a que mi hijo sea lo mejor que un ser humano puede o debe ser. Así como aspiro a que no sea un mentiroso, un pillo o un drogadicto, aspiro a que no sea un religioso o un soldado.

Si en tu hogar no se habla de ir al cielo o al infierno, ¿cómo le enseñas valores morales a tu hijo?

La ética no tiene nada que ver con la religión. Quien actúa bien porque le prometieron el cielo es hipócrita, está actuando de forma egoísta. ¿Cómo yo justifico no matar? Por empatía, porque te considero igual a mí y no quiero hacerte lo que no me gustaría que me hicieran. Esa es una máxima que incluso aparece en el cristianismo y no está fundamentada en la divinidad ni en la teología.

Enseñas filosofía a nivel universitario. ¿Cómo se aborda el tema de Dios en tus clases?

El Dios de los filósofos es diferente al de los religiosos. Es un dios de necesidad lógica. Es una de esas ideas que se han abandonado con el tiempo. La filosofía contemporánea casi no habla de Dios. Sólo la teología. De todos modos, el Dios de los filósofos sería irreconocible para los creyentes. No es un Dios que hace milagros ni contesta plegarias, es un Dios que coincide con el ‘telos’ de la razón, un Dios abstracto que no tiene personalidad ni interés por los humanos. No es una persona, es un concepto. En filosofía, la idea de Dios siempre es secundaria. Primero está la experiencia, la subjetividad. Luego llega Dios para poner parchos aquí y allá.

Supongo que aún así el tema levanta polémica.

Las reglas de mi salón de clases son las siguientes: cualquier tema puede ser discutido, siempre y cuando se usen argumentos y sea una discusión racional.

Lo cual podría llevar a que los estudiantes se cuestionen y en última instancia renuncien a creer en Dios.

Sí, esa podría ser una de las conclusiones a las que lleguen. Promuevo en mis clases que mis estudiantes se cuestionen todo, incluso lo que yo les digo, y que abandonen cualquier idea que no sea consistente con el resto de las ideas que consideran verdaderas. Dios probablemente sea una de esas ideas que deban abandonar, o al menos el Dios que predican las religiones del libro: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

O sea que lo promueves.

Lo único que yo les pido a mis estudiantes, como compromiso, es que cuando salgan de mi salón de clases, no necesariamente cambien las ideas que tienen, sino que sepan por qué las tienen y las entiendan como suyas, no que las tengan porque las heredaron, porque se las enseñaron o porque así se ha pensado por dos mil años.

¿Ves la creencia en Dios creciendo o disminuyendo?

A mí me preocupa la cantidad espeluznante de estudiantes con proyectos abiertamente religiosos y antiintelectuales que veo en la universidad. Por eso es que digo que el ateísmo mío es una tarea evangélica, es de educación. Yo estoy a punto de coger ‘El origen de las especies’ (de Darwin), ponérmelo debajo del brazo e irme los sábados por ahí, preguntando ‘¿conoce usted a Darwin?’, como hacen los cristianos con la Biblia.

Así que quieres convertir a los cristianos en ateos.

Nada me place más que vengan cristianos o mormones a mi puerta y me den la oportunidad de mostrarles cuán poco saben de sus propias creencias y cuán equivocados están sobre su conocimiento del mundo y de cómo funciona. Es decir, cuán poco saben de la ciencia que critican. No creo haber convertido a ninguno. Diría que mi meta, más que convertir a los cristianos, es sacar del clóset a los ateos que no saben que lo son. A los que no saben que lo son porque nadie les ha dicho que no tienen que creer en Dios, que existen alternativas.

¿Cómo fue tu proceso de reconocerte como ateo? ¿Alguna vez creíste en Dios?

Creí en Dios, en ángeles, en hadas, en extraterrestres... Yo me crié en una casa laica-‘new age’. Es decir, no íbamos a la iglesia, pero se creía en cuarzos y chacras y esas cosas. A los 14 años yo empecé una búsqueda espiritual que me llevó a grupos ‘new age’ y llegó un momento en el que iba a un grupo distinto todas las noches. Fui a perseguir ovnis, me metí en pirámides en Guaynabo para que me iniciara gente con velas, espadas y batas, aprendí de las características de sanación de las piedras y otras tonterías más apocalípticas. Seguí buscando y nada de lo que encontré tenía fundamento; era una mezcolanza sincretista radicalmente arbitraria y sin sentido. A los 17 años vi que no tenía otra. Para esa época fue que leí ‘El Manual del perfecto ateo’, de Rius.

¿Así acabó tu búsqueda espiritual?

Para mí espiritualidad y religión no son lo mismo. Para mí el mundo espiritual del ser humano es la totalidad de su experiencia. Es esa parte de nosotros que se conmueve ante un poema, que es solidaria, que vive constantemente ante el asombro del misterio de la vida y de la existencia. Hay experiencias genuinamente espirituales. Hay gente que tiene experiencias de conversión, de revelación inmediata. Pero una cosa es tener una experiencia subjetiva, que muy bien podría ser una alucinación, y otra es ponerle nombre, interpretarla de tal o cual manera, decir que ratifica tal religión y por ello aceptar todo lo que esa religión dice.

¿Cuál entonces es la estrategia de los ateos?

La clave está en la educación. El problema es que no hemos sabido prender la chispa de la curiosidad, la sed de conocimiento en los estudiantes de todos los niveles y en la ciudadanía en general. Lo único que tenemos que hacer es convertir el conocer en una pasión. Pero en Puerto Rico, y en otras partes del mundo, se han cortado los vínculos con el conocimiento y con la pasión de saber. Hay que volver a tener la inteligencia y el conocimiento y no la fe como valor. Hay que hacer de estos una aspiración para los estudiantes y un requisito para nuestros políticos y maestros. Para cumplir con esta meta hay que luchar contra la religión, que es la mayor promotora de la mediocridad y el conformismo que se nos ha ocurrido hasta ahora.