¿Ha encontrado la ciencia a Dios?
© Victor J. Stenger
Traducción de Fernando G. Toledo
Cuando los primeros resultados del satélite COBE (Explorador Cósmico de Radiación de Fondo) se publicaron en 1992, George Smoot, científico de la misión, hizo esta comparación: «Si usted es religioso, es como buscar a Dios». Los medios de comunicación lo amaron. La portada de un tabloide mostró el rostro de Jesús (según la interpretación de artistas medievales, por supuesto) rodeado por una foto difuminada del cosmos.
Al informar sobre la conferencia «La ciencia y la búsqueda espiritual», celebrada en el Centro para la Teología y la Ciencia en Berkeley, este verano, la portada del 20 de julio de Newsweek anunciaba: «La ciencia encuentra a Dios». Los varios cientos de científicos y teólogos del encuentro fueron virtualmente unánimes en acordar que la ciencia y la religión eran ahora convergentes, y que en lo que ambas convergían era en Dios. El cosmólogo y cuáquero sudafricano George Ellis expresó el consenso: «Hay un montón de información acumulada que apoya la existencia de Dios. El asunto es cómo evaluarla».
La nota de Newsweek señalaba que «los avances de la ciencia moderna parecen contradecir la religión y socavar la fe». De cualquier modo, «para un creciente número de científicos, los mismos descubrimientos ofrecen apoyo a la espiritualidad y rastros de la verdadera naturaleza de Dios». Nos enteramos de que «los físicos han tropezado con señas de que el cosmos está diseñado para la vida y la conciencia». La cosmología del Big bang, la mecánica cuántica y la teoría del caos, todo es interpretado como una «puerta abierta a la acción de Dios en el mundo».
Los estudios, sin embargo, no confirman el argumento de que «un creciente número de científicos» están encontrando apoyo a la espiritualidad en sus estudios científicos. Una encuesta reciente a los miembros de la Academia Estadounidense de la Ciencia indicó que sólo el 7% cree en un creador personal, un descenso del 15% con respecto a 1933 y del 29% con respecto a 1914. Si eso indica algo, es que la mayoría de los científicos parecen sentirse bastante alejados de la espiritualidad.
Aparentemente, lo que estamos escuchando no es la voz de una creciente mayoría de científicos, sino la bien notoria y creciente voz de una minoría decreciente. El encuentro de Berkeley fue una especie de reunión de «conservadores de premisas» («Premise-Keepers») para académicos que buscan mantener con vida su premisa de que Dios existe, mientras la ciencia continúa operando exitosamente sin necesitar de esa premisa.
Cruzando la línea. En un comentario acerca de la reunión de Berkeley, George Johnson, del New York Times, destacaba que «los creyentes parecen más ansiosos que nunca por cruzar la línea, intentando interpretar la información científica que apoye las verdades reveladas de su propia teología».
Para la mayoría de los creyentes teístas, la vida humana no tendría sentido en un universo sin Dios. Con toda sinceridad y un anhelo comprensible por hallar un propósito de existencia, ellos rechazan esa posibilidad. Así, sólo un universo creado sería posible, y los datos nada pueden hacer para apoyar esta «verdad».
Sin embargo, la buena práctica de la ciencia exige que todo esté abierto a cuestionamiento, incluso las premisas que son usadas en la interpretación de datos. Mientras algunas asunciones están siempre presentes en el proceso científico, todo está sujeto a cambiar cuando las asunciones más poderosas y económicas se vuelven evidentes. Los «conservadores de premisas», tan puros como lo puedan ser sus motivos, practican mala ciencia cuando confinan la interpretación de las observaciones científicas a un diseñador del universo.
Para el «conservador de premisas», el big bang provee «evidencia» de que la creación tuvo lugar en el tiempo, tal como en el mito (en realidad, babilónico) de la Biblia. Algo no puede salir de la nada, y entonces el universo necesita un creador. Que ese creador deba salir de la nada es sutilmente obviado. Dios sigue un «tipo de lógica» diferente a la del universo, un tipo de lógica que no requiere creación. Los teólogos no dejan en claro por qué el universo mismo no puede seguir este tipo de lógica.
Los «conservadores de premisas» reconocen que no pueden probar la existencia de Dios. Ellos simplemente expresan la poderosa sensación de que un diseño inteligente queda demostrado por el orden del universo. Desafortunadamente, la ciencia tiene poca simpatía por los sentimientos y deseos, cuan sinceros sean. El universo es del modo en que es, sin importar lo que uno quisiera que fuese. Si la humanidad es de hecho un grano de arena en el infinito Sahara, tal como lo muestran cada vez más nuestros telescopios, entonces no podemos desear que sea lo contrario. Debemos aceptar los hechos y aprender a vivir con ellos.
Los no creyentes reconocen que no pueden probar la inexistencia de Dios. Simplemente arguyen que el universo sin creador es la premisa más económica y consistente con todos los datos. Un emergencia sin causa y diseño del universo desde la nada no viola los principios de la física. La energía total del universo parece ser cero, así que ningún milagro de la energía creada «de la nada» se requiere para producirla. Del mismo modo, ningún milagro es necesario para la aparición del orden. El orden puede aparecer, y de hecho aparece, espontáneamente en los sistemas físicos.
Un universo ajustado para la vida. En años recientes, la noción de que las leyes de la física estaban «finamente ajustados» para la existencia de vida había cautivado la imaginación tanto de los científicos creyentes como de los teólogos. En efecto, probablemente ninguna idea había recibido mayor atención en las últimas discusiones sobre religión y ciencia.
El argumento del ajuste fino descansa en una serie de hechos llamados «coincidencias antrópicas». Básicamente, dicen que si el universo hubiera aparecido con pequeñas variaciones en los valores de sus constantes fundamentales, ese universo no podría haber producido los elementos, como carbono, oxígeno y otras condiciones necesarias para la vida.
El argumento del diseño fino asume que solamente una forma de vida es posible. Pero muchas formas diferentes de vida podrían aún ser posibles con distintas leyes y constantes de la física. El requerimiento principal parece ser que las estrellas vivan lo suficiente para producir los elementos necesarios para la vida y dejen tiempo para que los sistemas complejos y no lineales que llamamos vida evolucionen. He hecho algunos cálculos en los cuales yo aleatoriamente cambio los valores de las constantes físicas en varios órdenes de magnitud y busco los universos que podrían existir bajo esas circunstancias. Encuentro que casi todas las combinaciones conducen a universos, algunos muy extraños, con estrellas que viven miles de millones de años o más. Alguna clase de vida sería probable en la mayoría de esos universos posibles.
El dios de las ecuaciones. Un segundo argumento, en la línea de los encontrados en diálogos recientes. Las ecuaciones de las matemáticas y la física son atribuidas a la evidencia de un platónico ordenador del universo que trasciende el universo de nuestras observaciones.
Tendencias recientes en la teología cristiana y sus aproximaciones a la ciencia han acercado a la cristiandad a una posición que encuentra una deidad en el orden de la naturaleza, una entidad creativa que trasciende el espacio, el tiempo y la materia, y es responsable de ese orden. Efectivamente, la noción moderna de Dios en la teología occidental está quizás más cercana al Demiurgo de Platón que al Jehová-Zeus de barba blanca de la cúpula de la Capilla Sixtina o al imberbe Jesús-Apolo de la pared.
Y aquí es donde algunos científicos y teólogos parecen encontrar actualmente un terreno común: en la idea de que la realidad última no se halla en los quarks, los átomos, las rocas, los árboles, los planetas y las estrellas de la experiencia y la observación. Más bien, la realidad existe en la perfección matemática de los símbolos y las ecuaciones de la física. La deidad entonces coexiste con esas ecuaciones en cierto reino de perfección matemática más allá de la observación humana. Este Dios es cognoscible, no por su apariencia física ante nosotros, sino por su presencia en esa realidad platónica. Todos existimos en la «mente de Dios».
Las disputas pasadas acerca de la existencia de Dios fueron en gran parte confinadas a filósofos y teólogos. Este tipo de discurso puramente lógico, con pocas referencias surgidas de observaciones, es considerablemente desdeñado por los científicos, tanto creyentes como increyentes. Los científicos «conservadores de premisas» afirman que están yendo más allá de los tradicionales argumentos teológicos, y que ven evidencia directa de un diseño inteligente en sus observaciones y ecuaciones.
Como escribió Paul Davies: «El hecho mismo de que el universo es creativo, y que las leyes han permitido las estructuras complejas para que emerja y se desarrolle el punto de la conciencia –en otras palabras, que el universo ha organizado su propia autoconciencia– es para mí una poderosa evidencia de que hay “algo funcionando” detrás de todo. La impresión de diseño es abrumadora». Nótese el uso de la palabra «evidencia» antes que de «prueba» en esta cita.
De todas formas, un Dios platónico no necesita tener algo que ver con el Dios de la Biblia, o con alguna otra deidad imaginaria, abstracta o personal. Y las ecuaciones no necesitan realmente representar una deidad trascendente. La verdad es que los físicos platónicos ven los campos cuánticos y los tensores métricos del espacio-tiempo como «más reales» que los quarks y los electrones. Los físicos materialistas, por contraste, piensan que los quarks y electrones son más reales que los tensores métricos o los campos de cualquier tipo, que ésos son simplemente invenciones humanas. Pero la mayoría en ambas partes no ve ninguna de esas realidades posibles como deidades. No ven que un «milagro» sea necesario para que la vida y el universo existan.
Y dale con buscar el Dios de los huecos. Esto ilustra por qué la proclamada convergencia de la ciencia y la religión no es capaz de resistir el menor escrutinio. Echemos un vistazo a la historia. La ciencia ha explicado siempre las observaciones en términos de fenómenos naturales (esto es, no sobrenaturales). La religión siempre ha propuesto explicaciones sobrenaturales para llenar esos huecos sobre los que la ciencia no ha dado explicaciones naturales, o simplemente ha callado. Solamente un dominio de la existencia ha sido ocupado en ambos casos: el dominio de las observaciones humanas.
Los chamanes en los bosques de antaño enseñaban que los «espíritus» hacían que las rocas bajaran de una colina, hasta que Newton dijo que era por la gravedad. Los sacerdotes enseñaban que «Dios» creó a los hombres a su imagen y semejanza, hasta que Darwin dijo que la evolución nos creó a imagen y semejanza de los simios. Y ahora, tenemos a esta nueva raza de científicos-teólogos arguyendo de nuevo que sólo porque la ciencia no puede explicar esto, eso o aquello, entonces todavía tenemos una habitación para Dios.
No podemos explicar por qué las constantes de la naturaleza tienen los curiosos valores que tienen, entonces puede que Dios las hizo. No podemos explicar la «espectacular efectividad de las matemáticas», entonces Dios inventó las matemáticas.
Quizás. Pero, ¿es este moderno Dios de los huecos más plausible que el Dios de los chamanes y los sacerdotes? Quizás algún día la ciencia pueda tapar esos huecos sin la premisa de Dios.
Este artículo fue publicado en el volumen 19, número 1, de la revista Free Inquiry.
Ver también: ¿Dónde ponemos a la religión?, El conflicto irresoluble y La involución papal.
Otro artículo de Stenger: Por qué no soy agnóstico.
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