Steve Jobs: la víctima
Patrañas sobre el pseudotratamiento del cáncer con acupuntura, según el peligroso charlatán Carlos Nogueira Pérez. |
Desde que se supo que Steve Jobs padecía un cáncer se inició un debate sobre las tendencias esotéricas que exhibía el brillante tecnólogo y empresario (como tantos de su generación, que es la mía, por cierto) y la relevancia que pudieron tener en las decisiones referentes a su salud. El debate se reavivó furiosamente con su prematura muerte.
Hoy, a raíz de la próxima salida de la biografía de Jobs, podemos decir con razonable certeza que su decisión de utilizar zumos de fruta, acupuntura y otros remedios supuestamente "naturales" y "alternativos" sí influyó negativamente: el cáncer operable y de buen pronóstico que se le detectó en octubre de 2003 y que no quiso tratarse porque hallaba horrible que lo operaran (que "violaran" su cuerpo, según dice su biógrafo Walter Isaacson) se había extendido ya para julio de 2004, cuando se le operó. Lo detalla Luis Alfonso Gámez en Magonia.
Steve Jobs, ese personaje que tan profundamente afectó la vida de tantas personas y le dio forma a muchos aspectos esenciales del siglo XXI, está ahora siendo cuestionado por muchas personas que hallan "increíble" que alguien con tales capacidades tecnológicas, tal conocimiento de lo que la gente quiere y de lo que le satisface, con tanto dinero y tantos medios a su alcance, cayera en supersticiones.
La idea que se va extendiendo es que Jobs tuvo la culpa de su propia muerte.
Y no es verdad.
Steve Jobs es una víctima de quienes venden los productos y las ideas que se apoderaron de una parte de la racionalidad del brillante hijo de un inmigrante sirio desde que era adolescente. El vivió de cerca lo que los de su generación conocimos perfectamente: el enésimo redescubrimiento de Oriente con una visión postcolonialista que convierte en sabiduría milenaria las más bastas supersticiones, el sueño hippie de la paz y el buen rollo, la epidemia de grupos religiosos que conformaron el new age, el pensamiento falsamente revolucionario de Derrida, Foucault y otros postestructuralistas que ofrecían maravillas para trascender a la ilustración y la revolución científica; los gurús de la meditación, el rechazo del materialismo (convertido en el negocio del rechazo al materialismo, como señalaron Joseph Heath y Andrew Potter en su libro de 2004 Rebelarse vende), la naciente conciencia ecológica que pronto se convirtió en el chantaje y negocio de unos cuantos que rechazan los conocimientos de la ecología para ofrecer una política neoprimitivista profundamente irracional. Y mucho más.
Steve Jobs es una víctima de unos medios de comunicación que, en su adolescencia, lo bombardearon con brujería, ovnis, superpoderes, afirmaciones extravagantes sin ninguna validación, acríticos con todo lo que se autopromueva como trascendental, alternativo, perseguido y revolucionario a la vez, sea lo que sea.
Ser capaz de entender y desarrollar la tecnología, de entender el mercado e innovarlo, de tener grandes sueños y la capacidad de hacerlos realidad como lo hizo Jobs no está reñido con mantener un pensamiento mágico, irracional y secuestrado por quienes afirman disponer de conocimientos que se deben de creer sin dudarlo, y sin que se les pueda exigir probarlo o se exhibirán como víctimas, incomprendidos y perseguidos por los malvados racionalistas.
Ser un gran científico, capaz de entender y utilizar el método científico para alcanzar extraordinarios logros e incluso los máximos reconocimientos, como el Premio Nobel, tampoco es garantía de tener la actitud necesaria, en la vida cotidiana, para evadir el pensamiento supersticioso, las creencias irracionales, los sesgos cognitivos y las falacias de razonamiento.
Ejemplos abundan: la chifladura "ortomolecular" de Linus Pauling (dos Premios Nobel, química y paz), los contactos con extraterrestres en forma de mapaches verdes luminosos de Kari Mullis (Premio Nobel de química) o los devaneos homeopáticos de Luc Montaigner (Premio Nobel de medicina o fisiología).
Y, por supuesto, hay científicos que hacen buena ciencia al mismo tiempo que son creyentes en alguna religión. Han tomado la decisión de usar dos conceptos del mundo y creer dos cosas contradictorias al mismo tiempo porque esto les da un servicio emocional importante.
Esto no es tan extraño si pensamos en gente que supuestamente está dedicada a la religión: cualquier gurú budista o hinduísta puede creer que la meditación y la pureza le permiten volar, pero a la hora de viajar, ninguno se plantea ni siquiera ir levitando y compra un billete de avión; el Papa católico puede creer que su vida está en manos de su dios, pero de todos modos usa un vehículo ultrablindado rodeado de guardaespaldas de élite.
Las creencias responden a necesidades emocionales. Por eso, por ejemplo, el psicópata Shoko Asahara, tan amigo del Dalai Lama, consiguió atraer a su secta Aum Shinrikyo a científicos y médicos que participaron en los varios asesinatos ordenados por el desquiciado mesías, que culminaron con los ataques de gas sarin en el Metro de Tokyo en 1995.
Steve Jobs es la víctima de una industria de lo esotérico, la alternatividad y la mentira --defendida a capa y espada-- de las pseudomedicinas. De ignorantes con arrogancia o directamente de embusteros sin vergüenza ni el mínimo respeto por la vida de los demás. Quedarse en la anécdota y pensar que Jobs "debió" saber actuar mejor no llega al fondo del problema: para "saber actuar mejor", todos, absolutamente todos, debemos aprender a hacerlo. Y, para hacerlo, es necesario identificar los profundos efectos negativos de las prácticas alternativistas, por simpáticos y sonrientes y comprensivos que parezcan quienes reparten condenas de muerte a personas cuyas más altas probabilidades de supervivencia, curación y una mejor calidad y cantidad de vida estarían en la medicina científica, basada en evidencias y que, con todos sus defectos, ha demostrado que funciona... aunque usted no crea en ella.
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