dimanche 25 février 2007

Por qué es prácticamente seguro que Dios no existe

por Richard Dawkins para http://www.edge.org, traducido por Anahí Seri

USA, país que fue fundado en el laicismo como faro de la Ilustración del siglo XVIII, se está convirtiendo en víctima de la política religiosa, una circunstancia que hubiera horrorizado a los fundadores de la nación. El poder político de hoy en día concede más valor a las células embrionarias que a las personas adultas. Se obsesiona con el matrimonio de homosexuales, en lugar de preocuparse por temas verdaderamente importantes que suponen una diferencia para el mundo. Obtiene un apoyo electoral crucial de unos ciudadanos religiosos con tan poco sentido de la realidad que creen que van a “ascender” al cielo, quedando sus vestimentas tan vacías como sus mentes. Otros especímenes más extremos anhelan una guerra mundial, que identifican con el Apocalipsis que presagia el Segundo Advenimiento. Sam Harris, en su nuevo y breve libro Carta a una nación cristiana [Letter to a Christian Nation] da en el clavo, como siempre:

“Por lo tanto, no es exagerado afirmar que si la ciudad de Nueva York fuera súbitamente reemplazada por una bola de fuego, un porcentaje significativo de la población usamericana vería un halo de esperanza en el subsiguiente hongo nuclear, pues sugeriría que iba a suceder lo mejor que jamás pudiera ocurrir: el regreso de Cristo… Imagínense las consecuencias si una parte significativa del gobierno de USA realmente pensara que el mundo está a punto de acabarse y que el fin va a ser glorioso. El hecho de que casi la mitad de la población usamericana aparentemente se lo cree, basándose simplemente en el dogma religioso, debería considerarse una emergencia moral e intelectual."

¿Comprueba Bush diariamente el índice de ascensiones, como hacía Reagan con el horóscopo? No lo sabemos, pero ¿acaso alguien se sorprendería?

Mis colegas científicos tienen razones añadidas para declarar una emergencia. Los ataques a la investigación sobre células madre, ignorantes y absolutistas, no son más que la punta del iceberg. Estamos ante nada menos que un ataque global a la racionalidad y a los valores de la Ilustración que inspiraron la creación de la primera y más grande de las repúblicas laicas. La educación científica, y con ella el futuro de la ciencia en este país, está amenazada. Derrotada provisionalmente en un juzgado de Pennsylvania, la “pasmosa estupidez” (frase inmortal del juez John Jones) del “diseño inteligente” sigue aflorando continuamente. Atajarla es una responsabilidad que nos lleva mucho tiempo pero que es importante, y los científicos están empezando a salir de su autocomplacencia. Durante años han seguido tranquilamente con su ciencia, subestimando de forma lamentable a los creacionistas que, sin aptitud ni interés por la ciencia, se han dedicado a la muy seria labor política de subvertir a las juntas escolares locales. Los científicos, y los intelectuales en general, están ahora tomando conciencia de esta amenaza que nos viene de los talibanes usamericanos.

Los científicos se dividen en dos campos según lo que consideran la mejor estrategia para enfrentarse a la amenaza. La corriente de opinión de Neville Chamberlain, favorable del apaciguamiento, se centra en la batalla de la evolución. En consecuencia, sus miembros identifican al fundamentalismo como el enemigo y hacen ingentes esfuerzos por apaciguar la religión “moderada” o “sensata” (lo cual no es una tarea difícil, pues los obispos y los teólogos desprecian a los fundamentalistas tanto como los científicos). En cambio, los científicos de la corriente de Winston Churchill, consideran que la lucha por la evolución no es más que una batalla en una guerra más amplia: una guerra que se avecina entre el supernaturalismo por un lado y la racionalidad por otra. Para ellos, los obispos y los teólogos están, junto con los fundamentalistas, en el bando de lo supernatural, y no es cuestión de apaciguarlos.

La escuela de Chamberlain acusa a los churchilianos de sacudir el bote hasta el extremo de enturbiar las aguas. El filósofo de la ciencia Michael Ruse escribió:

“Nosotros, que amamos la ciencia, tenemos que darnos cuenta de que el enemigo de nuestros enemigos es nuestro amigo. Es demasiado frecuente que los evolucionistas dediquen tiempo a insultar a quienes podrían ser sus aliados. Esto vale sobre todo para los evolucionistas laicos. Los ateos pasan más tiempo atacando a cristianos bien dispuestos que enfrentándose a los creacionistas. Cuando Juan Pablo II escribió una encíclica en la que aprobaba el darwinismo, la respuesta de Richard Dawkins se redujo a acusarle de hipocresía, a decir que era imposible que fuera sincero al referirse a la ciencia, y Dawkins afirmó que él prefería a un fundamentalista honrado.”

Un reciente artículo de Cornelia Dean publicado en el New York Times cita al astrónomo Own Gingerich cuando dice que, al propugnar simultáneamente la evolución y el ateísmo, “el Dr. Dawkins probablemente está consiguiendo lograr más adeptos al diseño inteligente que cualquiera de los principales teóricos del diseño inteligente”.

No es la primera, no es la segunda, no es ni siquiera la tercera vez que se hace esta observación absolutamente estúpida.

Los chamberlainitas suelen citar el principio del difunto Stephen Jay Gould: NOMA, non-overlapping magisteria, “magisterios que no se superponen”. Gould mantenía que la ciencia y la auténtica religión nunca entran en conflicto porque habitan dimensiones del discurso totalmente separadas:

“Se lo digo a todos mis colegas, y lo repito por enésima vez (tanto en reuniones estudiantiles como en tratados eruditos): sencillamente, la ciencia no puede zanjar con sus métodos legítimos la cuestión de la posible supervisión de la naturaleza por parte de Dios. Ni lo afirmamos ni lo negamos; sencillamente, no podemos pronunciarnos sobre ello como científicos.”

Suena estupendamente, hasta que uno se para a pensar un momento sobre ello. Entonces, se da cuenta de que la presencia de una deidad creadora en el universo es claramente una hipótesis científica. De hecho, es difícil imaginarse, en toda la ciencia, una hipótesis más trascendental. Un universo con un dios sería un tipo de universo totalmente diferente de un universo sin dios, y la diferencia sería científica. Dios podría resolver el asunto a su favor en cualquier momento montando una demostración espectacular de sus poderes, algo que pudiera satisfacer incluso los exigentes estándares de la ciencia. Incluso la Templeton Foundation, de triste fama, reconoció que Dios es una hipótesis científica: financiando ensayos con doble enmascaramiento para averiguar si las oraciones a distancia podían acelerar la recuperación de pacientes enfermos del corazón. Por supuesto, el resultado fue negativo, aunque un grupo de control que sabía que habían rezado por ellos más bien empeoró (¿qué tal si se entabla una demanda colectiva contra la Templeton Foundation?). A pesar de esfuerzos como éstos, que tanta financiación han recibido, no se han hallado aún pruebas de la existencia de Dios.

Para apreciar la hipocresía de las personas creyentes que aceptan el principio NOMA, imagínense que unos arqueólogos forenses descubrieran, por casualidad, unas pruebas basadas en el ADN que demostraran que Jesús nació de una madre virgen y que no tenía padre. Si los entusiasta del NOMA fueran sinceros, deberían rechazar el ADN del arqueólogo sin dudarlo: “Es irrelevante. Las pruebas científicas no tienen ninguna relación con las cuestiones teológicas. Magisterio equivocado.” ¿Acaso alguien se cree, de verdad, que iban a decir algo de ese estilo? Podemos apostarnos lo que sea a que no sólo los fundamentalistas, sino todos los profesores de teología y todos los obispos del país proclamarían a los cuatro vientos la evidencia arqueológica.

O bien Jesús tenía padre o no lo tenía. La cuestión es una cuestión científica, y se usarían pruebas científicas, de haberlas, para zanjarla. Lo mismo vale para cualquier milagro; y la creación deliberada e intencionada del universo tendría que haber sido la madre y el padre de todos los milagros. O bien ocurrió o bien no ocurrió. Se trata de un hecho, así o asá, y en nuestro estado de incertidumbre le podemos asignar una probabilidad; una estimación que puede ir variando a medida que se acumula más información. La mejor estimación, por parte de la humanidad, de la probabilidad de la creación divina se redujo considerablemente en 1859 con la publicación del Origen de las especies, y a lo largo de las décadas subsiguientes ha seguido reduciéndose, mientras la evolución se consolidaba en el siglo XIX como teoría plausible, hasta llegar a convertirse, en la actualidad, en un hecho demostrado.

La táctica de los chamberlainitas de ponerse a buenas con la religión “razonable”, a fin de presentar un frente unido frente a los creacionistas (“diseño inteligente”), no es mala si nuestra preocupación central es la batalla por la evolución. Se trata de una preocupación válida y aplaudo a quienes la defienden, como Eugenie Scott en Evolución frente a Creacionismo [Evolution versus Creationism]. Pero si nos preocupa la formidable cuestión científica de si el universo fue o no creado por una inteligencia supernatural, entonces las líneas divisorias pasan por otro sitio. Tratándose de esta cuestión más amplia, los fundamentalistas están en el mismo bando que la religión “moderada” y yo me encuentro en el bando opuesto.

Por supuesto, se está presuponiendo que el Dios del que hablamos es una inteligencia personal tal como Yavé, Alá, Baal, Wotan, Zeus o Hare Krishna. Si por “Dios” entendemos amor, naturaleza, bondad, el universo, las leyes de la física, el espíritu de la humanidad o la constante de Planck, todo lo anterior carece de sentido. Una estudiante usamericana preguntó a su profesor si tenía alguna opinión sobre mí. “Claro que sí”, le respondió aquél. “Está absolutamente convencido de que la ciencia es incompatible con la religión, pero se extasía con la naturaleza y el universo. Para mí, ¡eso es religión!” En efecto, si eso es lo que se entiende por religión, muy bien, entonces soy un hombre religioso. Pero si tu Dios es un ser que diseña universos, escucha plegarias, perdona pecados, hace milagros, lee tus pensamientos, se preocupa por tu bienestar y te resucita de los muertos, entonces no es probable que te sientas satisfecho. Como dijo el célebre físico usamericano Steven Weinberg, “Si quieres decir que ‘Dios es energía’ entonces puedes encontrar a Dios en un pedazo de carbón”. Pero no cuentes con que vas a llenar tu iglesia de fieles.

Cuando Einstein dijo “¿Tenía Dios una opción cuando creó el universo?”, lo que quería decir es “El universo, ¿se podría haber iniciado de más de una manera?” “Dios no juega a los dados” fue una expresión poética de Einstein para mostrar su duda sobre el principio de indeterminación de Heisenberg. Es sabido que Einstein se molestó cuando los teístas interpretaron esta afirmación como creencia en un Dios personal. Pero, ¿qué esperaba? Debía haber sido palpable para él el ansia de malentendidos. Los físicos “religiosos” normalmente resulta que lo son sólo en el sentido einsteiniano: son ateos con un temperamento poético. También yo lo soy. Sin embargo, dado este anhelo de malentendidos, tan extendido, el confundir deliberadamente el panteísmo einsteiniano con la religión sobrenatural es un acto intelectual de alta traición.

Si aceptamos pues que la hipótesis de Dios es una hipótesis científica propiamente dicha, a cuya verdad o falsedad no tenemos acceso simplemente por falta de pruebas, ¿cuál debería ser nuestra mejor estimación de la probabilidad de que Dios existe, dadas las pruebas de las que disponemos en estos momentos? En mi opinión, la probabilidad es bastante reducida, y a continuación explico por qué.

En primer lugar, la mayoría de los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios, desde Tomás de Aquino, son fáciles de desmontar. Varios de ellos, por ejemplo el argumento de la primera causa, se basan en una regresión infinita que llega a su fin con Dios. Pero nadie nos explica por qué Dios, misteriosamente, es capaz de poner fin a las regresiones infinitas sin requerir él mismo una explicación. Ciertamente, necesitamos algún tipo de explicación para el origen de todas las cosas. Los físicos y los cosmólogos se dedican a esta ardua labor. Pero cualquiera que sea la respuesta (una fluctuación cuántica aleatoria, o una singularidad Hawkings/Penrose o como quiera que acabemos llamándola), será simple. Por definición, las cosas complejas, estadísticamente improbables, no ocurren así sin más; necesitan ser explicadas. No son capaces de poner fin a las regresiones infinitas, a diferencia de lo que ocurre con las cosas simples. La primera causa no puede haber sido una inteligencia, por no hablar de una inteligencia que responde a plegarias y le gusta ser adorada. Las cosas inteligentes, creativas, complejas, estadísticamente improbables aparecen tardíamente en el universo, como producto de la evolución o de algún otro proceso de escalada gradual a partir de un principio simple. Aparecen tardíamente en el universo y por tanto no pueden ser responsables de su diseño.

Otro de los esfuerzos de Tomás de Aquino, la vía de los grados de perfección, merece la pena ser expuesto con detalle, pues es un típico ejemplo de la debilidad del razonamiento teológico. Tomás de Aquino dijo que nosotros percibimos grados, pongamos por caso, de bondad o temperatura, y los medimos por referencia a un máximo:

“Ahora bien, el máximo de cualquier género es la causa de todo en dicho género; así el fuego, que es el máximo del calor, es la causa de todas las cosas calientes . . . Por tanto, debe existir algo que sea para todos los seres la causa de su ser, bondad, y cualquier otra perfección; y eso es lo que llamamos Dios.”

¿Eso se considera un argumento? Por la misma razón podríamos decir que la gente varía en cuanto a su olor, pero que sólo podemos juzgarlos por referencia a un máximo perfecto de olor concebible. Por tanto, debe existir un ser oloroso preeminente sin parangón, y lo llamamos Dios. Se puede utilizar cualquier otra dimensión comparativa que se desee, para derivar una conclusión igualmente fatua. A eso lo llaman teología.

El único de los argumentos tradicionales a favor de Dios que se emplea ampliamente en la actualidad es el argumento teleológico, llamado a veces “argumento del diseño”, si bien (dado que el nombre da por sentada la cuestión de su validez) debería llamarse más bien “argumento a favor del diseño”. Se trata del familiar argumento “del relojero”, que sin duda es uno de los malos argumentos más superficialmente plausibles jamás descubiertos; y que casi todo el mundo redescubre hasta que se les hace ver la falacia lógica y la brillante alternativa de Darwin.

En el mundo familiar de los artefactos humanos, las cosas complicadas que tienen apariencia de haber sido diseñadas han sido diseñadas. Para un observador ingenuo, parece deducirse que las cosas del mundo natural de similar complejidad que parecen diseñadas, como los ojos o los corazones, también han sido diseñadas. No se trata solamente de un argumento por analogía. Aquí hay una apariencia de razonamiento estadístico; es falaz, pero comporta una ilusión de plausibilidad. Si barajamos un millón de veces al azar los fragmentos de un ojo o de una pierna o de un corazón, ya tendríamos suerte e dar con una sola combinación capaz de ver, caminar o bombear. Esto demuestra que estos dispositivos no podrían haberse constituido al azar. Y por supuesto que ningún científico razonable dijo jamás que así fuera. Lamentablemente, la educación científica de la mayoría de los estudiantes británicos y usamericanos omite toda mención de Darwin, y por tanto la única alternativa al azar que la mayoría de las personas pueden imaginar es el diseño.

Incluso antes de la época de Darwin, la falta de lógica saltaba a la vista: ¿cómo podría haber sido jamás una buena idea postular, como explicación para la existencia de cosas improbables, a un diseñador que tendría que ser más improbable aún? Todo el argumento cae lógicamente por su base, como ya se dio cuenta Hume antes del nacimiento de Darwin. Lo que no conocía Hume es la alternativa de suprema elegancia que Darwin propondría, alternativa tanto al azar como al diseño. La selección natural es tan deslumbrantemente poderosa y elegante que no sólo explica la totalidad de la vida, sino que eleva nuestra conciencia y da una espaldarazo a nuestra confianza en la capacidad de la ciencia para explicar todo lo demás.

La selección natural es más que una mera alternativa al azar; es la única alternativa definitiva jamás planteada. El diseño sólo es una explicación factible de la complejidad organizada a corto plazo. No es una explicación final, pues los propios diseñadores requieren una explicación. Si, como una vez especularon Francis Crick y Leslie Orgel medio en broma, la vida fue sembrada deliberadamente en nuestro planeta por un cargamento de bacterias que venía en la ojiva de un cohete, habrá que hallar una explicación para los alienígenas inteligentes que lanzaron el cohete. El última instancia, tienen que haber evolucionado de forma gradual a partir de inicios más simples. Solamente la evolución, o algún tipo de “grúa” gradualista, para emplear el ingenioso término de Daniel Dennett, es capaz de poner fin a la regresión. La selección natural es un proceso anti-aleatorio que va construyendo gradualmente la complejidad, paso a paso. El producto final de este efecto cremallera es un ojo, o un corazón, o un cerebro; un dispositivo cuya complejidad es absolutamente desconcertante hasta que divisamos la suave rampa por la que se llega a él.

Esté, o no, en lo cierto en cuanto a mi conjetura de que la evolución es la única explicación para la vida en el universo, de lo que no cabe duda es de que es la explicación de la vida en este planeta. La evolución es un hecho, y está entre los hechos más fehacientes que conoce la ciencia. Pero tuvo que empezar de alguna manera. La selección natural no puede obrar sus milagros hasta que no se den ciertas condiciones mínimas, de las cuales la más importante es un sistema de duplicación fiable; el ADN o algo que funcione como el ADN.

El origen de la vida en nuestro planeta, es decir, el origen de la primera molécula capaz de autorreproducirse, es difícil de estudiar, pues (probablemente) sólo sucedió una vez, hace 4 mil millones de años en condiciones muy distintas de las que ahora prevalecen. Tal vez nunca lleguemos a saber cómo ocurrió. A diferencia de los sucesos evolutivos que le siguieron, debe haber sido un suceso auténticamente improbable; demasiado improbable, quizás, como para que los químicos lo reproduzcan en el laboratorio o desarrollen siquiera una teoría plausible de lo que ocurrió. Esta conclusión tan extrañamente paradójica, el que una explicación química del origen de la vida, para ser plausible, tiene que ser inverosímil, sería la conclusión correcta si la vida en el universo fuera extremadamente rara. Y de hecho nunca nos hemos topado con ningún atisbo de vida extraterrestre, ni siquiera por radio; circunstancia que dio lugar a la exclamación de Enrico Fermi: “¿Dónde están todos?”

Supongamos que el origen de la vida en un planeta tuvo lugar por un golpe de suerte sumamente improbable, tan improbable que únicamente sucede en un planeta por cada mil millones de planetas. La Fundación Nacional de Ciencia se reiría del químico que propusiera una investigación que sólo tuviera una probabilidad de éxito del uno por cien, por no hablar de uno entre mil millones. Y sin embargo, dado que hay al menos un trillón de planetas en el universo, incluso con unas probabilidades tan reducidas se llega a que hay vida en mil millones de planetas. Y uno de ellos (aquí es donde entra en juego el principio antrópico) tiene que ser la Tierra, puesto que aquí estamos.

Si partiéramos en una nave espacial para encontrar el planeta de la galaxia que alberga vida, las probabilidades en contra de hallarlo serían tan altas que en la práctica sería una tarea imposible. Pero si estamos vivos (y es patente que lo estamos si estamos a punto de embarcar en una nave espacial) no tenemos que molestarnos en buscar ese único planeta puesto que, por definición, nos encontramos en él. El principio antrópico es realmente bastante elegante. Por cierto, yo en realidad no creo que el origen de la vida fuera tan improbable. Creo que la galaxia tiene muchas islas de vida diseminadas por ahí, aunque esas islas estén demasiado apartadas unas de otras para que podamos concebir esperanzas de encontrarnos con una de ellas. A lo que quiero llegar es simplemente que, dado el número de planetas en el universo, el origen de la vida podría ser, en teoría, un golpe de suerte equivalente al de un golfista con los ojos vendados que metiera la bola en uno. La belleza del principio antrópico es que, incluso con estas pasmosas probabilidades en nuestra contra, nos da una explicación perfectamente satisfactoria de la presencia de la vida en nuestro propio planeta.

El principio antrópico se suele aplicar, no a planetas sino a universos. Los físicos han sugerido que las leyes y constantes de la física son demasiado buenas – como si el universo estuviera montado para favorecer nuestra eventual evolución. Es como si hubiera, digamos, media docena de diales que representan las principales constantes de la física. En principio, cada uno de los diales se puede ajustar a un valor determinado de una amplia gama de valores. Jugueteando al azar con estos diales, casi cualquier combinación daría lugar a un universo en el que la vida sería imposible. Algunos universos se esfumarían en el primer microsegundo. Otros no contendrían ningún elemento de mayor peso que el hidrógeno y el helio. Y en otros, la materia nunca se condensaría para formar estrellas (y se necesitan estrellas para que surjan los elementos químicos y con ellos la vida). Se puede hacer una estimación de las probabilidades, muy bajas, de que los seis diales están bien ajustados, y concluir que debe haber intervenido un sintonizador divino. Pero como ya hemos visto, esta explicación es vacua porque da por sentada la cuestión más fundamental de todas. El divino sintonizador tendría que ser, por su parte, al menos tan improbable como el ajuste de sus diales.

Una vez más, el principio antrópico brinda una solución de una elegancia abrumadora. Los físicos tiene ya razones para sospechar que nuestro universo, todo lo que vemos, es sólo un universo entre tal vez miles de millones. Algunos teóricos postulan un multiverso de espuma, en donde el universo que conocemos no es más que una burbuja. Cada burbuja tiene sus propias leyes y constantes. Las leyes de la física que nos resultan familiares son unas leyes provincianas. De todos los universos en la espuma, sólo una minoría posee lo que se necesita para generar vida. Y, con una visión antrópica a posteriori, es obvio que tenemos que encontrarnos en un miembro de esta minoría, pues aquí estamos, ¿no? Como han dicho los físicos, no es ningún accidente que veamos estrellas en el cielo, pues un universo sin estrella carecería de los elementos químicos necesarios para la vida. Es posible que existan universos en cuyos cielos no haya estrellas; pero estos universos carecen de habitantes que las echen en falta. Análogamente, no es ningún accidente que veamos una gran diversidad de especies vivas: pues un proceso evolutivo que es capaz de dar lugar a una especie que ve cosas y reflexiona sobre ellas necesariamente tiene que producir al mismo tiempo muchas otras especies. La especie reflexiva debe estar rodeada de un ecosistema, igual que debe estar rodeada de estrellas.

El principio antrópico nos permite postular una buena dosis de suerte a la hora de explicar la existencia de vida en nuestro planeta. Pero hay límites. Se nos permite un golpe de suerte para el origen de la evolución, y quizás por unos cuantos sucesos únicos más, como el origen de la célula eucariota y el origen de la conciencia. Pero con eso se acaba nuestro derecho a postular la suerte a gran escala. Insisto en que no podemos invocar grandes golpes de suerte que expliquen la ilusión de diseño que transmite cada una de las mil millones de especies de seres vivos que han poblado la Tierra. La evolución de la vida es un proceso general y continuo, que esencialmente da lugar al mismo resultado en todas las especies, aunque los detalles varíen.

A diferencia de lo que a veces se afirma, la evolución es una ciencia predictiva. Si se toma una especie hasta ahora no estudiada y se la somete a un minucioso escrutinio, cualquier evolucionista podrá predecir que cada individuo que se observe hará todo lo que esté en su poder, a la manera propia de su especie (planta, herbívoro, carnívoro, nectívoro o lo que sea) para sobrevivir y propagar el ADN que alberga. No estaremos aquí el tiempo suficiente para poner a prueba la predicción, pero podemos decir, con gran confianza, que si un cometa alcanza la Tierra y extermina los mamíferos, una nueva fauna surgirá para ocupar su lugar, igual que los mamíferos ocuparon el de los dinosaurios hace 65 millones de años. Y los roles que desempeñarán los nuevos actores en el drama de la vida serán a grandes rasgos, aunque no en los detalles, similares a los roles que desempeñaron los mamíferos y los dinosaurios antes que ellos, y antes que los dinosaurios los reptiles que se asemejaban a los mamíferos. Es de esperar que las mismas reglas se sigan en millones de especies en todo el globo, y durante cientos de millones de años. Una observación general de este tipo requiere un principio explicativo diferente del principio antrópico que explica sucesos excepcionales como el origen de la vida o el origen del universo como un golpe de suerte. Este principio totalmente diferente es la selección natural.

Nosotros explicamos nuestra existencia combinando el principio antrópico y el principio de selección natural de Darwin. Esta combinación proporciona una explicación completa y profundamente satisfactoria de todo lo que vemos y sabemos. La hipótesis divina no sólo es innecesaria. No es en absoluto parsimoniosa. No solamente no necesitamos a Dios para explicar el universo y la vida. Dios aparece en el universo como algo flagrantemente superfluo. Por supuesto, no podemos demostrar la inexistencia de Dios, como tampoco podemos demostrar la inexistencia de Thor, las hadas, los duendes y el Monstruo Espagueti Volador. Pero, al igual que ocurre con esas otras fantasías que no podemos desmentir, podemos decir que Dios es muy, muy improbable.


Primera publicación en Huffington Post, 23 de octubre de 2006.

Fuente en internet: http://www.edge.org/3rd_culture/dawkins06/dawkins06_index.html

El biólogo evolucionista Richard Dawkins es "Charles Simonyi Professor of the Public Understanding of Science" en la Universidad de Oxford. Entre sus libros se encuentran The Selfish Gene, The Blind Watchmaker y The God Delusion.

Anahí Seri es miembro de Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar al autor, a la traductora y la fuente. URL de esta página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43724. Véase asimismo en Tlaxcala: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=1792&lg=es

[ENTREVISTA]

PHILIP J. KLASS: LA VERDAD
ESTÁ FUERA… DE LOS MEDIOS
Por Alejandro Agostinelli
“Si llegara a aterrizar una nave extraterrestre honestamente buena, sería el hombre más feliz de la Tierra”. Esta confesión no sería noticia si la hiciera un ufólogo del montón. Pero, esta vez, la suelta Philip Klass, acaso el ufólogo escéptico más famoso del mundo.
La llamada “bestia negra de la ufología” responde acusaciones, habla de su romance imposible con la televisión y revela qué sucedió el día en que le tocó debatir con Joseph Allen Hynek. También expone sus motivos para afirmar por qué considera a las abducciones un “juego peligroso” y se detiene a explicar cómo maneja su relación con los ufólogos, entre quienes, curiosamente, cuenta a sus mejores amigos.

Identified (1968), Ufos Explained (1974), UFOs: The Public Deceived (1983), UFO Abductions: A Dangerous Game (1988) y Roswell: The Real crashed-Saucer Cover-Up (1997) y del libro para niños Bringing Ufos Down to Earth (1990). Klass, editor de la prestigiosa revista Aviation Week & Space Technology y del boletín Skeptic Ufo Newletter (SUN), explica que se siente “atrapado”, incapaz de abandonar sus estudios ufológicos para evitar sospechas paranoicas entre los creyentes. Klass, en la escena OVNI desde 1966, denuncia que los escépticos son censurados en programas de TV prestigiosos como The Larry King Show y revela las sabrosas aventuras que protagonizó durante su larga y polémica trayectoria, consagrada a observar a la ufología desde la vereda de enfrente.

- En los Estados Unidos, los estudiosos escépticos de OVNIs caben en el puño de una mano. ¿Por qué organizaciones como el Commitee for the Scientific Investigation for Claims of the Paranormal (CSICOP) no son populares entre los ufólogos?

- Buen inicio. Primero, Paul Kurtz, presidente del CSICOP, que no es tan viejo como yo, se la pasa diciéndome: “Pil, no eres eterno, necesitamos encontrar un reemplazo”. Yo le contesto: “Tienes razón, Paul, me encantaría encontrar un sucesor, alguien a quién confiarle la investigación de estos casos. ¡Tengo tantas otras cosas que hacer! Si vivieras en los Estados Unidos y me dijeras: “Pil, me gustaría convertirme en tu sucesor, ¿cuáles son los requisitos?”. En ese caso, te contestaría: “Primero, debes ser capaz de dedicar entre 20 y 30 horas semanales al tema. Segundo, saber que puedes invertir cientos de horas a lo largo de seis meses para investigar un avistamiento que apareció en la TV como inexplicado, ir a los productores de TV, y decirles: “Bien, aquí tengo la explicación”... y soportar que te respondan: “Gracias, pero ya no me interesa”. Déjame contar un ejemplo: hace poco fui a Boston, a dónde me invitaron para grabar una emisión del programa Misterios sin resolver. Me tomé un día entero -sin paga, claro- para discutir el caso Roswell. Le dije al productor: “Aquí tengo copias de cartas, que alguna vez fueron Top Secret, que el jefe de Inteligencia de la USAF le envió al director de la sede de Inteligencia de Wright Field, en diciembre de 1948, un año y medio después del incidente de Roswell”. La carta decía: “Debemos averiguar qué son los OVNI, porque pueden ser vehículos espías rusos”. Esto demostraba que, si habían recuperado un plato volador en Roswell en el verano del ‘47, ¡alguien se había olvidado de avisarle a la cúpula de inteligencia de la Fuerza Aérea! Está bastante claro que deberían haber sido los primeros en recibir la noticia. Debieron haberlo sabido en minutos, en horas. ¡Pero había pasado un año y medio y todavía no se habían enterado! Por eso le dije al productor del programa: “¡Muestre este documento, nunca se vio por TV!”.

Si alguien te ofreciera una historia, una importante historia, en exclusiva, tú, como periodista, deberías correr tras ella, y apurarte para que la primicia sea tuya. Sin embargo, estos documentos nunca aparecieron en aquel programa. Lo mismo me pasó con Larry King, acaso el más famoso columnista de la televisión norteamericana. Hizo en su show un especial de dos horas, una hora del cual transcurría sobre un presunto encubrimiento OVNI en el desierto de Nevada. Cuatro ufólogos pro-ovni mintieron durante una hora. Entre el doctor Carl Sagan y yo no habremos estado más de tres minutos; ni siquiera tres minutos seguidos. Esa vez le dije al productor: “Dejo la entrevista aquí. Tengo un documento secreto, se lo doy en exclusiva porque hay demasiados misterios y ninguno de ellos aparece en un programa de dos horas, y lo dejan de lado”. ¿Por qué? Pues porque hablar de ello habría sido enfrentar a la audiencia con hechos difíciles de rebatir.

Por lo tanto, si vinieras a decirme: “Quiero seguir tus pasos”, yo te diría que, después de haber invertido tanto tiempo y esfuerzo, los medios, -todos, especialmente la TV- ignorarán tu trabajo. Es más: te advierto que los creyentes te acusarán de estar rentado por el gobierno. Y aquí estoy: tengo 78 años de edad [en 2003 está por cumplir 84 años], manejo un pequeño auto que no cambio desde hace 15 años, tengo un velerito que compré hace 25, y debo seguir trabajando. Si alguien me dijera: “Phil, no estoy de acuerdo con tu idea sobre los OVNIs”. ¡Muy bien! Está en su derecho. Pero si, en cambio, me dijera: “Phil, la única razón por la que haces esto es porque te paga el gobierno”, yo le respondería: “Ojalá!”. A mi edad yo no tendría que seguir trabajando para Aviation Week... En suma, si quieres convertirte en un investigador escéptico, serás acusado de ser agente del gobierno y no podrás difundir tu trabajo. Por otra parte, si te vas al otro lado, te van a entrevistar en la televisión, vas a aparecer en las revistas e incluso puedes escribir un libro y volverte rico y famoso. ¡Tú eliges!

- ¿Y por qué trabaja con tanto empeño? O debería decir... ¿obstinación?

- Déjame explorar la cuestión... (suspira) Bien: No puedo escapar. ¡Estoy atrapado como un animal salvaje! En el verano de 1986 me retiré oficialmente de Aviation Week. Ya en 1966 esperaba salir de la revista para ser escritor free-lance. Pero los editores insistieron en que siguiera escribiendo en ella y me ofrecieron un muy buen contrato que me permitía seguir trabajando desde mi casa. Mi primera misión fue un informe especial sobre cómo confundir a los radares. Ese número iba a salir en febrero, y nunca había ocupado de guerra electrónica. Quería que fuera un muy buen artículo y trabajé en el tema siete días a la semana. La fecha de entrega se venía acercando. Un día de esos estaba mirando la tele cuando apareció un informe sobre un piloto comercial japonés que había visto un OVNI. Mi esposa estaba ahí y ... ¡no sé cómo pude usar ese lenguaje! Eso significaba que iba a empezar a sonar el teléfono, que los periodistas iban a pedirme una explicación. Bueno, usted sabe cuánto trabajo tenía. Les podía decir, honestamente: “Lo siento, estoy demasiado ocupado para investigar esto, esperen un par de meses”. Pero, claro, ellos me iban a contestar: “Phil, usted dice esto porque no encuentra ninguna explicación”. Así, a pesar de todo mi trabajo, tuve que poner manos a la obra. Primero llamé a la Administración Federal de Aviación y pedí una transcripción de la cinta, porque, según recuerdo, el incidente había ocurrido en noviembre y el piloto no había hablado del caso hasta enero. Hacía falta saber qué había dicho el piloto al centro de control de tráfico y qué le habían contestado. No me sorprendió encontrar que aquel relato era significativamente distinto al que el piloto acababa de contar. Descubrí que el piloto estaba muy interesado en los OVNIs, e incluso que con anterioridad había informado de otros avistamientos... Por eso digo ¡estoy atrapado!

Le quiero decir algo más: si yo anunciara que, después de 30 años de investigación, decido alejarme del tema OVNI, saldrán a denunciar que descubrí alguna información secreta. Lo que le voy a contar ahora le va a sorprender, pero es cierto: yo no sé si tengo cinco o seis años más de vida. Pero, a mi edad, si llegara a aterrizar aquí mismo un plato volador, sería el momento más feliz de mi vida. No tendría mucho que perder, al contrario: pondría la CNN para ver cómo aterrizan sobre el césped de la Casa Blanca y, al ver cómo salen las criaturas de la nave, debería admitir mi equivocación y me encargaría de devolver el dinero a los pocos suscriptores de mi boletín, el Skeptical UFO Newsletter. Dejaría de publicar el SUN, mi teléfono dejaría de sonar, usted no me pediría esta entrevista y yo tendría un montón de tiempo libre, sin preocupaciones de ninguna clase. Dormiría con mi mujer por una semana y podría comenzar a disfrutar de la vida. Todo esto pasaría si yo hubiese estado equivocado, si tuviese que admitir: me equivoqué sobre los OVNIs, algunos de ellos son extraterrestres. Y agregaría: en la vida también me equivoqué muchas veces... Después de todo, no parece tan malo (sonríe). Por eso, a mi edad, si aterrizara una nave extraterrestre honestamente buena, sería el hombre más feliz de la Tierra.

- ¿Le resulta difícil admitir que un caso puede no tener explicación? ¿Es que tiene explicación para todos?

- Déjeme responderle con un ejemplo. Hace veinte años, recibí una carta de un viejo piloto de la Fuerza Aérea que daba clases en un pequeño colegio del sur de Wisconsin. Allí describía haber visto una luz misteriosa en el cielo. Y, como era un hombre con experiencia técnica, y no un loco, le comenté que, a partir de su descripción, podía tratarse de un globo meteorológico. Había permanecido ahí durante algún tiempo, era como una débil luz que se movía de un lado a otro, etcétera. Pero después de hacer varias consultas, comprobé que en la zona no habían lanzado ningún globo científico en ese momento. El propio testigo me ayudó a revisar los datos. Finalmente, le dije: “Vea, no hemos podido descubrir qué vio exactamente; sólo queda que haya sido un globo casero, hecho con bolsas finas de plástico y velas para iluminarlo.

- Aunque fuera una posibilidad entre otras....

- Por eso le dije: “Si usted quiere tomarse tres meses de trabajo y golpear en cada puerta del sur de Wisconsin y preguntar a cada vecino: ‘Señor, ¿tiene usted un hijo adolescente que hace alrededor de nueve meses pudo soltar un globo de tales y cuáles características?’”. También le dije que, aún si su padre supiera que el chico pudo hacer algo por el estilo, podía pensar que había ido contra la ley y encubrirlo. Por eso, incluso si nos tomamos tres meses y tocamos cada puerta, no íbamos a estar seguros... Por fin, el piloto me contestó: “Señor Klass, ahora que lo pienso, debe haber sido un globo de alguna clase y estoy conforme con su explicación”. Por lo tanto, éste es un caso inexplicado. Pero no inexplicable: pudo haber sido un globo. La carga de la prueba, entonces, recae sobre quienes afirman que hay naves inusuales en nuestros cielos, no sobre mí. No soy yo quien debe encontrar una explicación terrena a todos los casos: la carga debe recaer en quienes afirman que se trata de naves extraordinarias; ellos deberían probar que no se trata de algo prosaico.

- ¿Hay garantías de que, al menos, un pequeño número de las decenas de miles de casos OVNI, podría evidenciar una anomalía desconocida?

- Buena pregunta. Incluso los creyentes admiten: “Ok, el 90 por ciento de los casos tiene explicaciones prosaicas. Sólo un pequeño porcentaje, dicen, son verdaderamente anómalos. Yo les contesto: “Ok, dénme una lista de esos casos”. Pero si usted le pregunta a diez ufólogos distintos, ninguno le va a dar una lista de los mismos diez casos OVNI. Usted le va a dar la lista del experto número 1 a otro y él dirá: “No, Gulf Breze es un fraude, Roswell otro fraude... Yo creo en el caso de Trans-en-Provence”. Usted le devolverá la lista al experto número 1 y él dirá: “Oh, no, el caso Trans es un fraude”. Así, usted no hallará puntos de acuerdo sobre cuáles son esos casos realmente inexplicables.

Esto mismo lo dije en 1984. ¿Usted sabe quién era Joseph Allen Hynek? Bien, ese año, el CSICOP celebró una conferencia sobre temas paranormales en Palo Alto, California. Y, como siempre, invitamos a hablar a varios simpatizantes de lo paranormal. Esa ocasión fue invitado el doctor Hynek. En su discurso, dijo: “Por 35 años hemos estado recolectando casos y hasta ahora no hemos convencido a la comunidad científica de que exista algo realmente extraño. Por eso, debemos cambiar de mentalidad. En efecto (cito de memoria), en otros 40 años, aunque hayamos recogido otros 10 mil casos, no convenceremos a los científicos. Hay que hacer algo diferente”.

A mí me tocó hablar después. Y le dije que estaba de acuerdo, que si bien estábamos en desacuerdo en ciertos temas, yo también pensaba que había que hacer algo nuevo para involucrar a la comunidad científica. Y le sugerí lo siguiente: que él, el doctor Jacques Vallée y otros se juntaran y vinieran con tres, cuatro o cinco casos ovni que hubieran sido investigados tan completamente, tan cuidadosamente, que podamos estar seguro de que no hay ninguna explicación convencional. Llegados a esa instancia, vienen a Washington, golpean la puerta de la Academia Nacional de Ciencias, que es el cuerpo científico más prestigioso, y dicen: “Aquí están los tres, cuatro o cinco casos mejor investigados. Estamos completamente seguros de que no tienen explicación terrena. Los desafiamos a crear un panel para investigar estos mismos casos. Y el panel, después de un año, volverá y dirá (supongamos que los casos hayan sido cinco): “Bueno, no estamos de acuerdo con el caso número 1, pues pudo haber sido un globo meteorológico; tampoco estamos de acuerdo sobre los casos 2, 3, y 4. Pero sí parece haber un caso que carece de explicaciones triviales. Si la Academia confirma que hay por lo menos un caso que no puede ser explicado, entonces el mundo de la ciencia irá a golpear la puerta de sus casas para decirles: “¡Tenemos que investigar a los OVNIs!”. Yo terminé mi conferencia diciendo: “Ahora, doctor Hynek, sé que hay algo nuevo. Esa es una idea nueva. No espero que salte y diga: “¡Ok, vamos a hacerlo!”. Pero me gustaría que dijera: “Lo pensaré”. Bueno, terminamos, nos fuimos a almorzar a la cantina de los estudiantes, creo que era en la Universidad de Stanford. Hynek se sentó en otra mesa con un periodista de un diario de San José. No sé qué le dijo Hynek, pero en mis archivos tengo el recorte del artículo donde el cronista le pregunta: “Doctor Hynek, ¿qué piensa de la sugerencia de Philip Klass?”. Y en el artículo se citaba a Hynek diciendo: “No conozco un solo caso que estuviéramos dispuestos a someter a la Academia Nacional de Ciencias”. Yo no estaba en la mesa, no sé si dijo eso realmente, pero es lo que el periodista escribió. Hynek vivió dos años más. Por lo tanto, pudo haberlo hecho. Bueno, lo cierto es que Hynek falleció. Pero yo les digo a los líderes de los grupos ufológicos que vengan con dos, tres o cuatro casos, no con mil o 10 mil. Y la única restricción que pondría es que fueran casos ocurridos en los Estados Unidos. Yo no trataría de investigar el caso de [Antonio] Vilas Boas, que ocurrió en Brasil hace 40 años.

- ¿Y el caso de Lonnie Zamora, en Socorro?

- Ok, el caso Socorro... (revolea los ojos como si le hubieran formulado la misma pregunta miles de veces). Ya iremos a ese punto. La segunda restricción sería de índole práctica; yo no la impondría, pero puede ser útil. Habría que evitar los informes de los años ‘40 y ‘50. Tendríamos que ir atrás a investigar cosas muy viejas. Hay casos OVNI de hoy, de ayer, de la semana pasada y por lo tanto sugiero -ya que, cualquiera sea el fenómeno, sigue ocurriendo-, no hay necesidad de retroceder a estudiar casos ocurridos hace 40 años, donde la memoria del testigo pudo haber envejecido o pudo haber muerto. Para mí, éste es un desafío. Quienes sostienen que hay un 1 por ciento de casos inexplicados deberían buscar un consenso sobre qué casos están hablando.

- Le preguntaba por el caso Socorro porque alguna vez sugirió que pudo tratarse de un fraude armado por la Cámara de Comercio...

- Déjeme explicarle. Cuando escribí mi primer libro, era nuevo en el oficio y le tenía miedo a los juicios. Creía que era un fraude, pero temía que al decir “es un fraude”, involucrando al alcalde, éste me iba a iniciar una demanda. Dejé la cuestión abierta a que pudiera ser un fenómeno eléctrico, un plasma. En mi segundo libro lo llamé fraude. Lo más interesante es que el ex alcalde nunca me escribió para decir: “Señor Klass, usted me ha acusado falsamente de un fraude, yo soy inocente”. Nunca lo dijo. No lo sé, pero si, en un libro, alguien me acusara de mentir, yo le escribiría.

- Pero, ¿tenía usted pruebas para hacer esa acusación?

- ¿Cómo probarlo? Muy pocos creadores de fraudes fueron desenmascarados. Hay excepciones, claro. Por ejemplo, cuando recién me empezaba a interesar en el tema OVNI aparecieron unas fotos tomadas por un marino inglés. La historia tuvo mucha publicidad en los años ‘50. Pero recién en 1965, el fotógrafo admitió haber construido unos modelos de madera balsa, a los que colgó de un árbol. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, él contestó: “Yo no dije que fuera un OVNI. Yo tomé la foto, la llevé a un diario y pregunté: ‘¿Qué fotografié? ¿Qué es esto?’. Ellos dijeron: ‘¡Es un OVNI, es un plato volador!’” (Se ríe). Es claro que aquel fotógrafo tuvo toda la intención de montar un fraude...

El punto es que no hay ninguna ley contra un informe falso sobre OVNIs, al menos en los Estados Unidos. Ninguna ley castiga falsificar la foto de un plato volador. Y creo que debería haberla. Me gustaría que la hubiera (sonríe) ... Haría mi vida más fácil, se lo aseguro.

- ¿Y qué porcentaje piensa que representan los fraudes?

- Creo que son una minoría. Diría que la mayor parte de los informes son honestos. La mayoría de ellos provienen de gente honesta que vio algo que no pudo identificar. Y no sabe cómo manejarlo, cómo investigarlo. En mi opinión, el número de historias falsas se ha incrementado, en gran medida, en los años recientes. Las historias sobre abducciones... Déjeme ilustrar esto: si yo quisiera hacer un informe falso según el cual vi un ovni sobre Washington a las 2:15 de la tarde, los periodistas dirían: “Bueno, si esa nave gigantesca hubiera estado volando a plena luz del día, ¿por qué nadie más la vio?”. Por eso yo elegiría cuidadosamente el escenario. Diría que la ví a la medianoche, en la oscuridad. Pero aún así, si digo que brillaba y era gigante, los medios me preguntarían: “Bueno, ¿por qué no tenemos ninguna otra denuncia? Resultaría sospechoso. Pero ahora, con las abducciones, “ellos” se meten en nuestra habitación en mitad de la noche… “Mi esposa estaba a mi lado durmiendo”, dirá. Naturalmente, el investigador preguntará si ella también vio algo. “¡No! ¡Lanzaron un hechizo sobre ella, la durmieron y borraron su memoria!”. Así, ahora, puedo inventarme las historias que se me ocurran…

- ¿Cuál es la intención de quienes falsifican abducciones? ¿Qué buscan?

- Si un un perfecto extraño viniese a preguntarme cómo puede hacerse famoso, salir en la TV y hacer mucho dinero, porque lo único que sabe hacer es cavar zanjas, le contestaría que se compre un libro de abducciones, que lo lea y cuente una historia similar, aunque un poquito diferente. Si su abducción es igual a la que contó el invitado de la semana pasada, no va a triunfar en la TV.

- ¿Whitley Strieber, autor de Communion, es un ejemplo de esto?

- En fín, en este caso tengo que cuidar mucho mi lenguaje. En Communion, el mismo Strieber menciona que en 1986 estaba yendo a un psiquiatra, el doctor Donald Klein, quien le dijo que tal vez él sufriera un trastorno llamado Epilepsia del Lóbulo Temporal. Ahora bien, si yo sufro esta enfermedad, puede atacarme hoy y mañana, cuando voy a tener las alucinaciones más locas y voy a creer que están ocurriendo realmente. Puedo creer que alguien me está cortando la cabeza y me parecerá muy real. Pero en dos semanas, cuando la situación se aclare, yo me daré cuenta de que sólo era una alucinación. Por eso, el doctor Klein, le dijo: “A partir de sus historias y de mi análisis, tal vez usted esté sufriendo de epilepsia del lóbulo temporal, pero esto va y viene, no es como una pierna rota”. Si yo tuviera una pierna rota, usted podría examinarla y comprobar qué sucedió. Por eso, Strieber se sometió a varios test y el último diagnóstico que he visto del doctor Klein, hace varios años, no probó ni que él sufriera esa epilesia ni lo contrario. Esta fue la declaración que le dio a Ed Conroy, amigo de Strieber y autor de un libro. Como Conroy era su amigo, él autorizó a Klein que le diera el informe. Por eso, en mi opinión, el primer libro de Strieber no es un fraude, no contaba intencionalmente una historia falsa. Desde entonces, en sus libros más recientes, no sé si encontró un filón. Hizo más de un millón de dólares con el primero. En este punto, no sé si él no está embelleciendo, si no está llenando de detalles para hacer a la historia más novelesca. Lo interesante del fenómeno de las abducciones es que, si fuera cierto que los ET están secuestrando humanos para llevarse sus óvulos y esperma para crear híbridos, sólo debería haber atletas olímpicos contando haber sido abducidos. En general se trata de personas muy comunes. Tampoco son Carl Sagan o Albert Einstein. ¿Sabe qué quiero decir? No tienen un cerebro grandioso. Usted los ve y son gordos, las mujeres no son particularmente atractivas. Si yo fuese alguien que cava zanjas o hace un trabajo rutinario y nunca esperase salir en televisión o ser mencionado en una revista, podría volverme famoso y podría volverme, incluso, un profeta. ¿Sabe qué es un profeta? Como Moisés cuando dice: “Yo fuí al desierto...”

- La abducción es casi un fenómeno religioso...

- Sí. Le debo decir que no soy una persona muy religiosa, pero hace 2.000 años la gente decía: “Fuí al desierto y Dios me habló. Y me dijo: ‘No matarás, no harás aquello...’” por entonces alguna gente afirmaba, como sucede hoy mismo, haber hablado con Dios. Pero hoy la moda es decir: “Yo fuí abducido por estos sabios extraterrestres y me dieron su gran sabiduría: no hagan la guerra nuclear -me dijeron-, es malo para el planeta...”

- ¿La hipnoterapia para abducidos es más peligrosa que ir a un psicoanalista?

- Oh, sí... Si usted viniera y me dijera: “Señor Klass, ví un ovni la otra noche, hizo esto, hizo aquello, creo que era una nave extraterrestre...” Yo le diría que si al creer haber visto una nave lo hace sentir bien, ¡está bien ¡Creer en eso no le va a hacer ningún daño!

- Los psicoanalistas creen en el inconciente... cuya existencia es tan discutible como la de los extraterrestres...

- Pensar que los OVNIs pueden ser naves espaciales de otros mundos, es una creencia que no lo va a torturar a usted, ni a sus hijos ni a su familia. Ahora bien, si usted se involucra en el culto de las abducciones ufológicas, eso arruinará su vida personal, y dejará cicatrices en su vida familiar. No, no es peligroso creer que la luz que revolotea ahí afuera viene de otro mundo. Pero si lees libros y ves programas de TV donde dicen que los extraterrestres están secuestrando gente de sus habitaciones y que no puedes hacer nada para evitarlo, que volverán y te llevarán la próxima semana, el próximo mes, o el próximo año, y que van a secuestrar a tus hijos, y a tus nietos, porque quieren tu esperma... sí lo es.

- ¿Es un sistema de creencias paranoico?

- Sí, y ésto es peligroso (se entusiasma). Usted no puede escapar. Hace unos diez años, en Inglaterra, una mujer mató a puñaladas a sus dos nietitas para evitar que fueran secuestradas por extraterrestres. A mí me llamó un psicoterapeuta de Carolina del Norte que tenía una paciente algo especial. El médico que se la había derivado descubrió un bulto anormal en la base de su cerebro y le indicó que aquél debía ser removido. Pero la paciente había leído un libro de abducciones ufológicas y decidió que había sido abducida, que los extraterrestres le habían puesto un implante y que allí se debía quedar hasta que los ET se lo quisieran sacar. Por eso, su médico, la mandó al psicoterapeuta, que compró mi libro y se lo hizo leer a la paciente. El psicólogo me llamó para preguntarme si yo estaba dispuesto a hablar con esta mujer en caso de que ella tuviera alguna pregunta para hacerme y le contesté que sí, que por supuesto. El psicólogo le cobraba entre 50 y 100 dólares la hora y yo no esperaba paga alguna, aclaro. Un par de semanas después él me avisaría. Me contó que ella era divorciada, que tenía un hijo pequeño que leyó libros a favor de las abducciones. El le decía cosas tales como: “Mamá, quiero salir esta noche, ¿me secuestrarán?” El psicólogo me dijo: “No solo estoy preocupado por la base de su cerebro sino por un niño pequeño que está creciendo con miedo a la oscuridad, con miedo a dormir en su propia habitación, pensando que ahora le llega su turno...” Finalmente, recibo un llamado de esta chica. Yo esperaba que me iba a decir: “Señor Klass, yo no estoy de acuerdo en todo, pero al menos me dio la opción, me abrió los ojos de que tal vez debería sacarme esto, así mi hijo y yo podemos vivir una vida normal, sin miedos...” En lugar de eso, estaba muy enojada. ¿Cómo podía yo cuestionar que había sido seleccionada entre millones de personas por extraterrestres que la eligieron por sus óvulos? Ella se sentía superior. Al cabo de unos minutos, le dije: “En este país usted es libre de creer lo que quiera, y ésto es lo que usted eligió creer”. Así terminó nuestra conversación. Nunca volví a oir sobre ella. No sé si su excrecencia anormal sigue ahí. Sólo quiero destacar este concepto: si usted quiere creer en OVNIS, no hay riesgo alguno; pero si quiere creer que los alienígenas entran a su habitación y dejan embarazada a su hija adolescente, eso ya es peligroso.

- Hay una idea, bastante popular entre los escépticos, que propuso el periodista H L Mencken, según la cual una carcajada vale más de mil silogismos. ¿Cómo cree preferible combatir ciertas creencias? ¿ridiculizándolas o educando al público?

- Bueno, en mi opinión, no hay una sola respuesta. Yo considero cada caso, cada oportunidad por separado. Aunque usted hubiera sido un creyente de la línea dura, si quiere encontrarse conmigo, conversar e intercambiar ideas, si tengo tiempo, puedo hacerlo. Yo creo en el discurso inteligente. Si tengo tiempo, no me preocupa si mi interlocutor es creyente o escéptico. Le diré que hoy algunos de mis mejores amigos son creyentes en general, quizá escépticos con respecto a Roswell, pero tal vez no respecto a Gulf Breze, y así. Yo no les pido que digan: “No creo en ningún informe de ovni”. No, eso sería ridículo. Ellos son libres. Todo lo que les pido es honestidad. Ahora, por ejemplo, si usted fuera un creyente en los ovnis y yo le dijera: “He oído que tiene una copia de una carta de John Johnes donde admite que su foto es un fraude”. Si usted me llegara a contestar: “Phil, yo tengo esa carta, pero hice el juramento de no entregar ninguna copia”, Ok. Ahora bien, si usted me dice que no la tiene y resulta que me mintió, eso para mí es el peor pecado, y no me resultará fácil perdonarlo. Todo lo que pido es franqueza, y no me quejo de nada fuera de eso. Creo que la TV es muy parcial. Está muy sesgada y eso no me preocupa tanto por los ovnis sino por cuestiones más delicadas como, por ejemplo, la energía nuclear. Cuando veo que en la TV mi opinión sobre los ovnis aparece sesgada por un tratamiento parcial, me pregunto si no harán lo mismo con cuestiones más importantes.

- El ufólogo neoyorquino Antonio Hunneus me comentó que usted prefiere creer que Strieber fue abducido de verdad antes que en el Black Mantha o en otra nave del gobierno...

- Yo creo que el gobierno está desarrollando nuevas aeronaves experimentales aparte del Bombardero B-2, el caza F-117. Pero son proyectos encubiertos. Este cover-up se puede montar cuando sólo hay uno o dos prototipos construidos. Y solamente se los hace volar en Nevada y durante la noche. Pero si se fabrican grandes cantidades de aeronaves y se tienen que hacer volar sobre Chicago, Cleveland o los Angeles, entonces resulta muy difìcil mantener el secreto. De hecho, el F-117 empezó a realizar sus vuelos de prueba alrededor de 1978. En diez se derrumbarías todo el encubrimiento, el secreto sería difícil de mantener y no tendría ningún valor haber guardado un avión nuevo y maravilloso. Si no se lo puede usar en Bosnia, si no se lo puede usar en el Golfo Pérsico, no sirve. Se supone que lo guardan en Nevada porque no quieren que nadie se entere. ¿Dónde estaría la gracia? Por eso, en mi opinión, allí puede haber dos o tres aeronaves experimentales, únicas en su tipo. Pero cuando la gente dice: “Sí, lo ví volando sobre Chicago, Londres...” Mmmm...

[Addenda]

HOMENAJE AL 'SHERLOCK HOLMES DE LA UFOLOGÍA'

Según anotó el periodista español Luis Alfonso Gámez el 16 de julio de 2003 en su blog Magonia, en su edición del 14 de julio la revista Aviation Week & Space Technology se hizo eco del homenaje que le rindió a Klass esa publicación, a la que dedicó 51 años. “Ya octogenario recibió premios por su profesionalidad y capacidad de trabajo en equipo”, le comentó a Gámez el periodista James E. Oberg, ex ingeniero de la NASA y divulgador científico. En la misma edición de Magonia, Gámez informa que el número 76 del Skeptics Ufo Newsletter, el boletín bimestral que PhilipKlass edita desde hace décadas, sería también el último. El estado de salud de Klass, cofundador en 1976 del Comite para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP) y presidente del subcomité OVNI de esa entidad- no le permitiría seguir al frente de la publicación. “Estoy cerca de los 84 años” -escribió- “y eso me ha obligado a tomar una difícil decisión”. Escribe Gámez: “No habrá más Skeptics Ufo Newsletter, pero el legado del investigador está al alcance de cualquiera en sus libros e innumerables artículos, y en los archivos de Klass que el CSICOP empezó a colgar hace tiempo en Internet.”

ENLACES EXTERNOS:
Commitee for the Scientific Investigation for Claims of the Paranormal (CSICOP)
Magonia

Skeptics Ufo Newsletter